Rock and roll en la gran pantalla. Abrimos sección al séptimo arte a cargo de un genio del celuloide, un comunicador especializado e instruido en el detalle y la cultura de buen poso. Con todos ustedes Pepe Kubrick:
En su inconsciencia mi amigo Iván, regente de Chopper Monster y por tanto responsable indirecto de este blog de moda, me ha pedido una colaboración para el mismo. No debe haber escuchado nunca aquello de que lo que funciona no se debe tocar. Cuando Graham Nash compuso “King Midas in reserve” en su etapa en los Hollies estaba pensando en mí. El caso es que después de bastante tiempo dándole a la cabeza (unos siete segundos, concretamente) pensando sobre el tema del que podría escribir llegué a la conclusión de que en esta página se está obviando un tema absolutamente vital para el conocimiento humano (no, no hablo de la droga, que ya está sobradamente tratada por el ventrílocuo, ilusionista y domador de focas Mr. Bratto), hablo de ese refugio solipsista donde nos cobijamos los malditos, los perdedores y los marginados de cualquier generación de los últimos 120 años. ¡El cine!
Dada mi referida condición de fracasado, en un principio había pensado (otros siete segundos aproximadamente) en dedicar esta entrada al cine de perdedores, ese tipo de personajes quijotescos que lo dedican todo a una causa romántica que deriva en desastre y que tan bien ha sabido reflejar el séptimo arte (claro que cuando ves que algunos de esos personajes los han representado Steve McQueen o Paul Newman piensas que te están tomando el pelo, ¿cómo unos tíos con esa jeta van a ser unos perdedores?), pero luego dediqué otros siete segundos a pensar que podía ser un tema demasiado espeso (como el chocolate y el insigne actor y cantante, Fernando Espeso) para un blog al que hemos venido para la diversión, el cachondeo padre, la juerga madre y el hedonismo. O sea que he cambiado de opinión y voy a hablarles de rock’n’roll en la gran pantalla.
En concreto nos vamos a referir a un nombre que quizás a muchos de ustedes no les diga nada, pero que se antoja fundamental a la hora de pensar en r’n’r movies, sobre todo por su autoría en dos obras cumbres de este subgénero. Se trata de Allan Arkush. Imagino que se han quedado como estaban, pero si les digo que es el director que firma la imprescindible película protagonizada por los Ramones, “Rock’n’Roll High School”, estoy seguro que la cosa cambia como la cara de ese padre que se ha descargado “Frozen” para ver con sus hijos y cuando reproduce el archivo se encuentra con alguna cima del porno tipo “Rocco contra todas” por la gracia de un internauta cabrón (te jodes por pirata) En efecto, no creo que quede nadie a estas alturas que aún no haya visto la única película hecha ex profeso para mayor gloria nuestros cuatro cretinos favoritos (y si no es así, a hacer los deberes cuanto antes)
El caso es que los tiempos han cambiado, como cantaban Los Bravos en “Los chicos con las chicas”, y ahora parece que tenemos todo al alcance de un click, pero en mi caso tardé bastantes años en poder visionar esta obra cumbre del celuloide punk-rocker, y lo hice a través de una deficiente copia en VHS en versión original y sin subtítulos de ninguna clase. Serían principios de los 90 y significó todo un acontecimiento para el salón de mi casa. Como digo, creo que ya toda la muchachada rockera de hoy día habrá visto al menos una vez en su vida una película llena de escenas tan memorables como el experimento que hace explotar un ratón sometido a los decibelios en principio inofensivos de Pat Boone, Kansas o Peter Frampton, pero que van subiendo en intensidad a medida que el particular medidor de la fascistoide señorita Togar nos muestra como el pequeño roedor es sometido a las estridencias de Ted Nugent, los Rolling Stones, The Who, y finalmente los héroes neoyorquinos, cuya tormenta sónica hace saltar por los aires a la inocente criatura (la fantástica banda australiana Exploding White Mice tomaron su nombre precisamente de esta escena) Inolvidable igualmente el delicioso video-clip que resulta de la secuencia en la que la protagonista, P.J.Soles [habitual rostro setentero recordado además por sus trabajos en obras maestras de la década como “Carrie” (Brian de Palma, 1976) o “Halloween” (John Carpenter, 1978) ], mientras se fuma un canutito en su habitación (esas habitaciones adolescentes, particulares reinos impermeables a la mediocridad adulta del exterior), fantasea con los mismísimos Ramones los cuales aparecen por arte de magia en su propia casa, con el bueno de Joey regalándole un cosquilleante “I want you around” al oído, tocándole a Dee Dee la peor parte de la escena con su aparición en la ducha remojado cual arenque de las cuatro cuerdas (o quizás la mejor en caso de que eso le permitiera disfrutar del desnudo frontal de la citada P.J.Soles, cosa que el recatado director no nos muestra) Pocas veces en la pantalla se ha reflejado de mejor manera el sueño húmedo adolescente en el que vive el “pop fan”. Eran los Ramones de finales de los 70, los de su mejor época (sí, ya sé que todas las épocas de los Ramones son buenas, pero está es la mejor), la cual condensan en el medley de la escena del concierto en el teatro al que acuden tras varias vicisitudes P.J. Soles en su papel de Riff Randell junto a su mejor amiga. Es precisamente la llegada de la banda al local de la actuación la que constituye mi escena favorita del film. A lomos de un impresionante Cadillac rojo descapotable, nuestros cretinos favoritos entonan un arrogante “I just wanna have something to do” con Joey dando buena cuenta de un muslo de un pollo, mientras su legión de fans les esperan en la puerta del teatro. La imagen de esos seguidores es realmente lo que otorga grandeza a la escena, significando un auténtico compendio del buen gusto punk-rocker 70’s por la estética. Chupas de cuero ajustadas, americanas entalladas, gafas de sol, zapatillas de baloncesto, botines garageros, pantalones de pitillo, flequillos romanos, etc… nada de barbas, ¿lo han leído bien?, ¡nada de barbas!, ni de pantalones diez tallas más grandes, ni calzoncillos enseñando la raja del culo, y por supuesto nada de piercings deformando los rostros ni de dilataciones poniéndote la oreja como la de un nativo de Papúa Nueva Guinea (como dijo Ritchie Blackmore, “pa pua la mía”), pura elegancia y estilo punk-rocker, nada que ver con las aberraciones posteriores que han alcanzado cotas nunca antes vistas con la explosión del fenómeno “hipster”, pero que en realidad se remontan años atrás con toda la saturación noise-indie-grunge que nos hicieron tragar desde los medios presuntamente “alternativos” y que no hacían si no desesperada y ridículamente intentar estar a la última moda. Por cierto, en plena actuación de la banda puede verse entre el público a los locuelos Darby Crash y Lorna Doom, posteriormente conocidos como The Germs, con una estética 100% punk: él con americana blanca entallada, corbata, y una cruz de hierro prusiana sobre la chaqueta, ella con una chupa a cuadros y su habitual pelo rubio alborotado.
Ah, y se me olvidaba. En esas escenas… ¡todo el mundo lleva calcetines! Si ya resultaba ridículo en el Nueva York de mediados de los 70 no llevar tan higiénica y saludable prensa, imagínense en el sucio y caluroso Madrid actual. No nos hagan esto y pónganse unos putos calcetines de una vez, por mucho que vaya contra la biblia del hipster.
“Rock’n’Roll High School” es por tanto una auténtica delicia para cualquier “teenage head” que se precie. Estética “cool”, punk-rock, jovencitos alocados y jovencitas disparatadas, una delicia de principio a fin perpetrada por Arkush bajo el auspicio de nada menos que Roger Corman, responsable máximo del cine como diversión y/o evasión. Corman no sólo ha sido un infatigable director con 56 largometrajes reconocidos a sus espaldas, si no que tan importante o más es su labor de mecenazgo (es un decir, en un cineasta que hacía películas con cuatro duros y un paquete de kleenex) y apadrinamiento produciendo y apoyando a nuevos jóvenes directores, especialmente en los 70, cuyo nombre se vincula al de la extraordinaria generación de nuevos realizadores estadounidenses [la “generación que salvó Hollywood”, en palabras de Peter Biskind, autor del imprescindible libro “Moteros tranquilos, toros salvajes” (“Easy riders, raging bulls”)], muchos de ellos aficionados en mayor o menor medida al género fantástico. Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Jonathan Demme, Ron Howard o James Cameron son ejemplos de cineastas acogidos durante los inicios de sus carreras bajo el ala protectora del siempre pragmático Corman. También es el caso de nuestro querido Joe Dante, y es que el padre de los Gremlins figura como uno de los guionistas de “Rock’n’Roll High School” junto al propio director Allan Arkush (de hecho es la única película en la que está acreditado como escritor) Dante ya era un nombre reconocido en la industria cinematográfica más gamberra gracias a su impacto firmando ese pequeño clásico que es “Piraña”(“Piranha, 1978), que no dejaba de ser su particular homenaje al auténtico maestro de esta nueva generación cinematográfica, Steven Spielberg, quien había sacudido los cimientos de la industria tres años antes rompiendo la taquilla sin haber cumplido los 30 años con una de sus muchas obras maestras, “Tiburón” (“Jaws”, 1975) Produciendo “Piraña” encontramos a… lo han adivinado, el siempre atento a lo que se cuece Roger Corman. Antonio Mercero por su parte realizaría un consiguiente homenaje a “Piraña” por medio de uno de los protagonistas de su exitosa serie para la televisión “Verano Azul” (vale, esto último es una coña, creo que resulta evidente pero me acaban de entrar sudores fríos pensando en que algún cerebro de ameba pueda estar leyendo esto y en su próxima reunión familiar suelte: “¡eh, qué el “Piraña” de “Verano Azul” es un homenaje a la película de Joe Dante!, ¡lo cuenta Pepe Kubrick en el blog de Chopper Monster y ya sabéis que ese tío pilota un huevo de cine!)
Con unos mimbres de punk-rock, Ramones, Roger Corman y Joe Dante, ¿quién puede dudar que “Rock’n’Roll High School” es una obra de culto?, la película sirvió para aumentar la “ramonesmania” por todo el globo terráqueo, y ponerlos al menos al mismo nivel que unos Kiss, quienes también habían dado el salto a la gran pantalla con la olvidable “Kiss meets the Phantom of the park”, una abominable cinta sólo recomendable para fans irredentos de los pintarrajeados de New York, por mucho que tras la cámara encontremos a un nombre ilustre del fantástico como Gordon Hessler (director de la segunda parte de la deliciosa trilogía de películas de Simbad realizadas con el stop-motion del mago Ray Harryhausen, “The Golden Voyage of Simbad”) “Rock’n’Roll High School” nos deja también una estupenda banda sonora que puesta a pelear con la discografía oficial de los Ramones no desmerece, con temones de Alice Cooper, Brownsville Station, Nick Lowe o los propios cretinos agitadores del Bowery. ¡Y además sale Dick Miller, el actor fetiche de Roger Corman!
Teniendo en cuenta por tanto que nadie puede dudar de la importancia de “Rock’n’Roll High School” dentro de lo que viene a ser “el rollo”, resulta todavía más sangrante que un chuletón de buey a la piedra el hecho de que la siguiente “rock’n’roll movie” de Arkush, rodada cuatro años después del trabajo con los Ramones, haya pasado históricamente tan desapercibida e incluso hoy día, cuando estamos tan habituados a que apenas queden sorpresas dentro del “underground” debido a toda la información existente gracias a internet, sea una obra muy desconocida para la mayoría de los aficionados al género. Todo ello a pesar de que hablamos de un largometraje que supera a “Rock’n’Roll High School” en gamberrismo psicotropía, bizarrismo y actitud punk. Si no me creen he de suponer que es porque no saben de lo que hablo, ya que cualquiera que haya visto al menos una vez en su vida ese fabuloso disparate llamado “Volverse loco” (“Get Crazy”) ha de darme la razón en que es un film aún más delirante que la película ramoniana.
Pero antes y para dejar clara su condición de “outsider” de la industria, Arkush dirigirá en 1981 otra anomalía como es el caso de la inclasificable “Heartbeeps”, una comedia romántica que narra la improbable historia de amor entre dos robots y que contaba como gancho principal con la participación del irreverente cómico Andy Kaufman en el rol del androide protagonista. Para no perder la conexión rockera, en esta película colaboraría el líder de los Grateful Dead, Jerry Garcia, además de… ¡Barry Manilow! La película fue un completo desastre, lo cual hace que nos volvamos a centrar en “Get Crazy”, where the action is…
En efecto, pareciera que Arkush buscaba repetir una experiencia similar a la de “Rock’n’Roll High School” con un ejercicio cinematográfico que respirase esa libertad transgresora y esa incorrección formal que siempre ha procurado nuestra música favorita. Terriblemente dolido tras el fracaso de su comedia con Andy Kaufman, Arkush reconocería que buscó con su siguiente película tratar algún tema que conociera de primera mano. Y es que a pesar de lo disparatado de “Get Crazy”, el propio director se ha referido a ella como una película… ¡realista! ¿Por qué no?, si la realidad siempre supera a la ficción, cuanto más en un mundo tan imprevisible como el del rock’n’roll.
Para comprender mejor una película como “Volverse loco” hay que detenerse en la biografía de Arkush, y es que nuestro protagonista de joven trabajó en el mítico Fillmore East neoyorquino, donde entre otras cosas tuvo el honor de encargarse de luces y proyecciones psicodélicas para bandas como The Who o Grateful Dead, de las que siempre se ha declarado admirador. Toda aquella experiencia en una de las salas de conciertos más emblemáticas de las décadas de los 60 y 70 se trasluce en “Get Crazy”, un auténtico homenaje a esa figura romántica del empresario de este tipo de locales y personaje imprescindible dentro de este mundo. Y es que el auténtico protagonista de esta película, por encima de bandas e individuos, es precisamente el Saturn Theater, escenario que ve peligrar su vida debido a las ansias especuladoras de un potente empresario que busca comprarlo para remodelarlo a su gusto y darle otras prestaciones que poco o nada tienen que ver con el rock’n’roll. De modo que nos encontramos una vez más con la vieja historia de idealismo frente a materialismo, romanticismo contra pragmatismo, los sueños enfrentados al vil metal… una temática tratada en el cine bajo distintas prismas (política, deporte, arte…) y que nos ha regalado todo tipo de películas de piel de gallina, desde los clásicos de Frank Cappa hasta la maravillosa “La guerra de los niños” con Parchís (no me digan que no se les cae la lágrima con los guajes intentando salvar su colegio frente al empresario que desea derribarlo para construir pisos de lujo sobre los mismos terrenos) Para salvar el Saturn, “Volverse loco” nos cuenta como el joven brazo derecho de su dueño organiza un macroconcierto en la Nochevieja del 82 con estrellas del rock’n’roll tan arquetípicas que resulta evidente encontrar a quien se está homenajeando en cada momento.
El reparto no estaba nada mal, con Daniel Stern, quien el año anterior había formado parte de la pandilla de la imprescindible “Diner” (el debut cinematográfico de Barry Levinson, una película en la onda “American Graffiti” sobre un grupo de jóvenes amantes del rock’n’roll en el cambio de década entre los 50 y los 60 y su paso a la madurez), en el rol del ajetreado ayudante en la gerencia del Saturn, y solventes secundarios de la talla de Allen Goorwitz o Ed Begley Jr. (el Ben Gunn de “Calles de fuego”) Pero sin duda la actuación más recordada es la de Malcolm McDowell en el papel de Reggie Wanker, un excéntrico artista glam obsesionado con su pene y a medio camino entre Mick Jagger e Iggy Pop que nos regala algunos de los mejores momentos de la película. El actor británico ya era sobradamente conocido por su tendencia a aceptar papeles excesivos, como fueron los casos del incendiario estudiante Mick Travis de “If…” (Lindsay Anderson, 1968), el pantagruélico y sanguinario emperador romano en “Calígula” (Tinto Brass, 1979), y sobre todo el muy recordado drugo mayor Alex DeLarge en la impactante adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick de la novela de Anthony Burgess llevada a la gran pantalla en 1971. McDowell encajaba por tanto como un guante en un papel de este tipo, paradigmático del eslogan “sexo, drogas y rock’n’roll”, dejándonos momentos hilarantes en sus escenas en el camerino o en su jet privado, comportándose como una auténtica e insoportable “rock star” al uso. Algunos de esos mejores momentos son protagonizados junto al batería de su banda, interpretado por nada menos que John Densmore. El otrora músico hippy, conocido por su labor a las baquetas de los ácidos The Doors, interpreta a un alocado baterista de pelo revuelto y chupa de tachuelas que bien hubiera podido pasar por un miembro de la Alice Cooper Band de la época. Densmore caricaturiza el gremio baquetero, salvaje, violento, imprevisible, en la mejor tradición de Keith Moon, aunque a quien realmente recuerda es al mejor batería de todos los tiempos… en efecto, quien estaban pensando, Animal, de los Muppets. El batería californiano es uno de los nombres más reconocibles dentro de la amplia nómina de músicos más o menos célebres que podemos encontrar en “Get Crazy”.
Howard Kaylan, fundador y vocalista de los quintaesenciales The Turtles (posteriormente formaría con The Mothers of Invention, la banda de Frank Zappa), aparece bajo el nombre de Captain Cloud, un músico estancado en los 60 al frente de su banda The Rainbow Telegraph, que resulta ser la favorita de Max, el regente del Saturn, por lo que como no podía ser de otro modo son parte del cartel del evento de Nochevieja con el que el joven ayudante de Max pretende recaudar los fondos necesarios para mantener abierto el teatro como sala de conciertos y que no caiga en las fauces especuladoras del empresario que desea hacerse con él para darle otro uso. Lori Eastside, una de las “coconuts” de Kid Creole, aparece bajo el nombre de Nada, junto a miembros de su numerosa banda. También la vemos marcarse un dueto con Lee Ving, líder de la banda hardcore-punk Fear, a quien vemos bajo el nombre de Piggy pareciendo un peligroso trasunto de Henry Rollins, con una irrupción en escena absolutamente espectacular, encadenado y rabioso. Lori y Lee se marcan un “Hoochie Coochie Man” totalmente irreconocible, que posteriormente dará paso a la actuación del cantante de blues y jazz Bill Henderson, conocido en esta ocasión como King Blues. También hacen acto de presencia, aunque no sobre el escenario, dos grandes figuras norteamericanas de aquello que fueron los “teen idols” (y es que eran adolescentes de verdad en su día) a finales de los años 50 y principios de los 60, Bobby Sherman y Fabian. Interpretan a una pareja de tocacojones profesionales que ofician de hombres de confianzas del chulesco Colin Beverly (Ed Begley Jr. en su papel del empresario sin escrúpulos que desea hacerse con el Saturn a toda costa)
Pero, al igual que Malcolm McDowell destaca por encima de sus compañeros en cuanto a actores propiamente dichos, en el elenco musical otro nombre se eleva sobre los demás y regala un cache especial a la película. Hablamos de nada menos que Lou Reed.
El trovador punk neoyorquino encarna a Auden, un cantautor de chupa de cuero que podría establecerse a medio camino entre Bob Dylan y el propio Reed. Y es que en realidad el autor de “Heroin” no hace otra cosa si no interpretarse a sí mismo en un papel autoparódico consistente en ser esperado como cabeza de cartel del Saturn sin que sepamos en ningún momento si va a llegar a tiempo, ya que con una pachorra que envidiaría el mismísimo Carl Honore en sus ensayos contra la prisa, Reed se coge su guitarra, se pilla un taxi, y sobrelleva los atascos angelinos pergeñando unas melodías desde el asiento de atrás. Se ha hablado mucho del guiño a Dylan en el personaje de Auden, totalmente explícito en la escena en la que vemos al músico en su casa con una mujer con vestido rojo fumando detrás suyo recostada en un elegante sofá (recreando la portada del “Bringing it all back home” dylaniano), pero yo insisto en que hay más del propio Reed en este trabajo. Lou ya arrastraba su fama de melancólico, taciturno y sombrío, y aprovecha este papel para precisamente reírse de sí mismo desde el asiento trasero de un taxi. ¿Llegará Auden a tiempo para cerrar la gran gala del Saturn?, eso lo tendrá que averiguar el inquieto lector, quien espero no dude en intentar hacerse un visionado de esta magna obra cuanto antes.
En resumen, hablamos de una de las películas más gamberras de todos los tiempos (tengan en cuenta que hablamos del largometraje en el que se ve el disfraz de porro definitivo), una “sátira no tan sátira” sobre el mundo del rock’n’roll, con empresarios románticos e idealistas de buen corazón frente a empresarios materialistas sin escrúpulos, con estrellas estrelladas, drogas, sexo, groupies, fans, viejos punks, jóvenes punks, hippies trasnochados, bluesmen, y muchísimo cachondeo y diversión. Lo tiene todo (sólo le faltan una carrera de cuadrigas y Antonio Resines) Por otro lado la banda sonora es un caramelo, participando el propio Lou Reed, Marshall Creenshaw, los nunca bien ponderados Sparks (con el tema que da título a la película, “Get Crazy”), o nuestros viejos amigos The Ramones con el hasta aquel momento inédito tema “Chop Suey” (de la época de “Pleasant Dreams”, publicado años más tarde en la versión extendida en CD) Háganme caso, píllense unos six packs, unas pizzas, ¡y a disfrutar!
No recuerdo exactamente cuando descubrí esta película, imagino que sería a principios de los 90. Con la televisión privada todavía dando sus primeros pasos, sin embargo, en aquella era pre-internet y sin canales TDT teníamos una oferta televisiva mucho más suculenta. Recuerdo clásicos de terror, especialmente de la Universal, habitualmente en las noches de la 2 (por aquel entonces aún llamada “segunda cadena”), películas de la Troma en las madrugadas de Antena 3, o los acojonantes ciclos de los sábados noche en la gallega, la TVG (especialmente el dedicado a William Castle, poder ver toda la filmografía de este titán fin de semana tras fin de semana no tuvo precio) Eran otros tiempos y había que estar muy atento a lo que pudieras catar por la mal llamada “caja tonta”. Por eso sigo sorprendiéndome de que en estos tiempos de sobreinformación virtual películas como “Get Crazy” sigan siendo tan desconocidas para la mayoría de los aficionados al rock’n’roll, de hecho de entre mi círculo de amistades y conocidos sólo he podido hablar de ella con el ínclito Miguel Ygarza, gran conocedor de la cultura psicotrópica y quien también al igual que yo conocía este trabajo y lo había visionado, alabando, como no puede ser de otro modo, sus numerosas virtudes.
Allan Arkush, por su parte, y como tantos otros directores, se recicló en la industria televisiva, dirigiendo episodios para series tan famosas como “Fama”, “La ley de Los Angeles”, “Crossing Jordan” o “Heroes” (también dirigió un episodio de la prescindible revisión de “Melrose Place” en 2009, que fue un batacazo tremendo, por mucho que recuperasen a la diosa Heather Locklear) También para televisión realizó su biopic sobre los Temptations, en 1998, último trabajo explícitamente relacionado con el rock’n’roll hasta la fecha y que sinceramente no he visto, pero no dudo de su calidad ni rigor dado de que el propio Otis Williams (único “temptation” fundador que sigue vivo) colaboró con la historia.
Esto es todo lo que tenía que contarles, amigos. Si les ha gustado lo que han leído, difundan la palabra. Y si no es así, evidentemente, también.