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Han declarado la Segunda Guerra Mundial. Ya no hay marcha atrás. Las tropas están listas, y la estrategia, si es que la hay, preparada. El paisaje ahora lo habitan cientos de aviones colocados de manera uniforme. Son un ejército de máquinas con vida propia. La imagen es subliminal. Todo listo y estático. En el inmenso llano se respira cierta calma, la que precede a una tormenta. Pero no es calma lo que se respira, son nervios y miedo controlados con serenidad. Esos aviones no deberían estar ahí. La guerra se ha declarado. Una nueva batalla entre hombres firmada. Pero esta vez el combate se librará también en el cielo.

Me llamo Conor Thompson. Piloto un bombardero A-26, similar al de mi enemigo, con quien en poco tiempo me enfrentaré en el aire para despedirnos para siempre. Jugaremos a ser Dios por unos instantes, concediendo y arrebatando vidas. Es duro, pero así es.

En el fuselaje de mi avión llevo dibujada a una chica, Paola. La pintó uno de mis compañeros de la base aérea. Es mi chica. Nos conocimos una tranquila noche de agosto, como casi todas las parejas, y desde entonces nada se ha interpuesto en nuestro amor. Esa noche era tranquila, demasiado tranquila, como si la luna conociera nuestro dramático destino. Ella sabía que se avecinaba lo peor.

Paola me acompaña en el cielo. Cuando subo a mi avión sé que está conmigo. Su dibujo es mi talismán y mi consuelo. Me recuerda los días en casa, lo que dejé allí. Posiblemente mi enemigo se encuentre en la misma tesitura, pero no me temblará la mano. No dudaré cuando nos encontremos en el aire. Quiero volver a ver en persona este retrato, y dudar sería la muerte. Mi destino está en mis manos, el destino del hombre sólo Dios lo sabe.

Conor Thompson, 1940

Esta es la carta de Conor Thompson, un piloto destinado a misiones aéreas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La escribió poco antes de subir al avión con el propósito de retratar y describir el momento previo de salir a combate. Lo que no sabía ni esperaba es que su carta se fuera a convertir en el testimonio vivo de una pequeña «corriente» de arte popular que amenizó la vida cotidiana de las bases aéreas durante la contienda, el Nose Art. Sin intención ni propósito el texto incluía los elementos esenciales que caracterizan esta «corriente» artística: motivación, individualidad, superstición y nostalgia.

994b5136eb26a92a5286daf1c9bce7fdNose Art, el «arte de la nariz», es la definición que se utiliza para el dibujo artístico que lucen los aviones en su parte frontal-lateral. Aparece por primera vez en el año 1913, con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, aunque su periodo de esplendor corresponde a los años que van de 1939 a 1945, durante la Segunda Guerra, y cuando se dice que experimenta su «Edad de Oro».

Algo similar a lo que luego ha podido ser el grafitty, los dibujos en los fuselajes de los aviones se plasmaban directamente en la chapa, normalmente por civiles, aunque es cierto que en las bases aéreas se buscaban las manos más hábiles en el arte de la pintura para realizar estos trabajos. En este sentido fueron en general amateurs reclutas quienes lo protagonizaron, que con el tiempo terminaron por profesionalizarse, y también con lo que muchos de ellos llegaron a cobrar sumas realmente sustanciales de dinero por sus obras.

Estos estampados no dejan de ser una manifestación que viene antigua. Decorar las armas de guerra ha sido siempre algo común. Los egipcios, los vikingos, los caballeros de escudo, decoraban sus armas con fines diferentes, pero en general siempre como una forma de personalizar y distinguirse del resto. El Nose Art no deja de ser lo mismo. Por un lado desempeñaba una función motivadora importante para quienes estaban destinados a la guerra. Animaba la moral de los reclutas dejando que estos plasmaran en sus aviones los recuerdos de la vida que habían dejado antes de ser enrolados, y los acercaba a la vida civil a través de un vínculo emocional. El hecho de estampar en el avión símbolos de la cultura popular que en ese momento estaban de moda no dejaba de ser una forma de compartir el imaginario social del país, y en ese sentido de compartir un intento de arraigo a la comunidad. Los dibujos eran un pequeño balón de oxígeno en un infierno camuflado. Y por otro lado permitía a los pilotos personalizar sus máquinas, algo que resultaba realmente confortable en un ambiente militar estrictamente uniforme.

Las Pin Ups, los cómics, las bocas de tiburón estimulaban la imagen visual de unas bases aéreas profundamente jerarquizadas. Los dibujos en los aviones animaba la moral de los pilotos, personalizaban los aparatos, establecían una relación directa entre el hombre y la máquina, y por otro lado, hacían de talismán de buena suerte de cara al combate. El síndrome de «locus extremos» estaba en el ambiente. Era generalizada la idea de que estos dibujos daban buena suerte. Y conforme las victorias fueron poniéndose de cara y los dibujos multiplicándose esa idea comenzó a contagiarse y extenderse cada vez más, como si los pilotos jugaran a inventarse el azar. La guerra tiene un fuerte componente psicológico que afecta a niveles altísimos a la mente de los combatientes. La creencia en fuerzas externas a la hora de librar la batalla y salir victorioso no era extraña, y los dibujos en este sentido jugaban un papel fundamental, y los altos cargos lo sabían.

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En un principio la entrada de estos dibujos en las bases aéreas fue realmente conflictiva. Rompían la uniformidad del ejército e invocaban cierta indisciplina, pero los responsable de éstas terminaron por hacer la vista gorda. Una vez entrada la guerra la fraternidad sobrepasaba las normas internas. La pérdida de compañeros y la convivencia y experiencia de algo que en el fondo rebasaba a cada uno de los soldados que habían entrado directamente en el campo de batalla forjaba más profundamente los lazos de camaradería que cualquier orden directa de Washington. De esta manera los dibujos terminaron casi por institucionalizarse de tal forma que al final a los aviones se los denominaba más por los nombres y el dibujo que lucían en su «nariz» que por su número de serie.

El episodio más sonado de las pinturas de Nose Art tuvo que ver en cierta medida con su aceptación pública. En una ocasión unos de estos aviones con pinturas en el «morro» tuvieron que ser enviados a EEUU desde las bases aéreas para ser reparados. El sector religioso se hizo eco de las temáticas que aparecían en los aviones e inmediatamente exigieron su prohibición. Era inconcebible para una sociedad ejemplar y decente, de moral intachable y de arraigada tradición cristiana, que los enviados a salvar la patria y acabar con el nazismo lucieran en sus máquinas chicas desnudas sin ningún descaro. Esto puso el grito en el cielo y el ejército tuvo que reaccionar rápidamente para limpiar la imagen que en poco tiempo se estaba dando a conocer de las bases aéreas destinadas a defender el país. Aun así, y frente a las presiones de los grupos religiosos de influencia y altos cargos militares se hizo la vista gorda, y los dibujos continuaron formando parte del universo aéreo. En cierto modo, en pleno conflicto y en primera línea de guerra, las demandas de grupos religiosos exigiendo cuotas de moralidad desde los sillones de sus casas a quienes estaban a punto de despegar con su avión para quizá no regresar jamás debían sonar ridículas. Y a esas alturas, nunca mejor dicho, lucir una chica desnuda, exuberante y atractiva, era algo ya innegociable. Los chicos se habían hecho mayores.

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Los motivos de los aviones eran el reflejo de un estilo o temática popular que por entonces impregnaba el imaginario social americano. Es cierto que el Nose Art no es exclusivo de EEUU, y que comenzó en Italia y Alemania, y que no era el ejército norteamericano el único que lucía estos dibujos en plena batalla. Alemanes, soviéticos, japoneses e italianos entre otros también tenían sus dibujos. La verdad es que se copiaban entre ellos cuando se cruzaba en el aire, pero por alguna razón es el universo norteamericano quien más ha influenciado en este sentido.

Avión del Conde Francesco Barraca decorado con el caballo que inspiró el logo de Ferrari

El primer dibujo considerado Nose Art fue un monstruo de mar, y se pintó en un avión italiano en 1913. Del mismo año es el caballo negro del avión del Conde Francesco Baracca, dibujo que inspiró al popularizado y conocido logotipo de Ferrari. Poco después aparecían las famosas bocas de tiburón debajo de las hélices de los aviones, con lo que comienza una pequeña tendencia a decorar las máquinas para personalizarlas. También las insignias son uno de los símbolos más recurridos en ese sentido, y que si bien no son reconocidas al uso como Nose Art sí aparecen como un elemento de identificación y personificación del avión. Son, independientemente de todo, un elemento a través del cual se desarrolla el Nose Art.

La cara de tiburón de Los Flying Tigers es uno de los dibujos más característicos del «arte de nariz». Procede de un avión alemán de la Primera Guerra Mundial que por algún motivo perduró hasta la siguiente contienda. Fue divisado por tropas de aviación inglesas en la Segunda Guerra Mundial. La vieron durante una misión y al regreso a la base informaron con todo detalle como si hubieran visto un verdadero monstruo volador. La noticia llegó a manos del ejército norteamericano, que al poco tiempo copió la idea para plasmarla en un escuadrón de aviones voluntarios destinados a China.

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La diferencia principal entre los dibujos realizados en la Primera Guerra Mundial y la segunda es que primero estos se usaban para reforzar escuadrones enteros, para personalizar el grupo, y en la segunda se usaron en forma de personalización de la máquina, se individualiza de alguna manera el dibujo para crear un vínculo entre la máquina y el piloto, a la vez que la temática se abre cada vez más a la cultura popular. Existían en ese sentido dibujos y frases dedicatorias a novias, canciones de música o películas emblemáticas; Símbolos de la fortuna como los dados o las cartas, personajes de dibujos animados como Bugs Bunny, Mickey Mouse, el pato Donald, Popeye, y reminiscencias a la muerte (Grim Reaper). Como decíamos una de la funciones del Nose Art no dejó de ser la de establecer un puente entre la vida militar y civil. Aunque señalar que cuanto más lejos estaban las bases aéreas de la opinión pública más descarado era el dibujo, algo que resalta a la vista fácilmente cuando se comparan las flotas del Atlántico y el Pacífico (estás últimas son mucho más atrevidas).

alberto-vargasLos artistas de estas obras fueron profesionales contratados y amateurs con dotes destacadas para el arte. Realmente muchos de ellos recibieron grandes sumas de dinero por estos dibujos. De entre los del gremio profesional estaba Bell Aircraft, que dibujó el logo de «Cobra in the Coulds». Walt Disney, que diseñó el logo para los Flying Tigers, que si bien fueron ellos mismos (FT) quienes dibujaron las bocas para sus aviones, recibieron de Disney el diseño de su logo corporativo. Es anecdótico en cierta medida el dibujo de El Dragón y su cola, «The Dragon and his Tail». Tony Starcer es de los más reconocidos en la corriente de Nose Art por su trabajo, más de 100 pinturas en aviones. Adolf Gallarnd. Alberto Vargas, de la revista Esquire, de quien se reproducían sus chicas.

Alberto Vargas, conocido por sus pinturas de chicas Pin Ups, es quizá uno de los artista más significativos del Nose Art no por haber dibujado directamente en los aviones, sino por haber servido su obra de inspiración para estos. Vargas fue uno de los artistas más representativos del Pin up. Las «Vargas Girl» eran chicas idealizadas, desnudas en ocasiones, semidesnudas o vestidas, pero siempre elegantes e insinuantes. Y fue el estilo elegido por los pilotos de aviones para decorar sus máquinas, algo que le reputó de fama.

El Nose Art no se considera una corriente o un estilo artístico. Es algo que ocurrió en cierta manera a puerta cerrada, y que en cierta media corrió a manos de amateurs. Formó parte de un momento concreto  adquiriendo de la cultura popular su fuente de inspiración para soportar la incertidumbre de la guerra. Aun así juega un papel anecdótico en el mundo del arte como para ponerlo sobre la mesa de debate y establecer cuáles fueron sus funciones y los motivo de su desarrollo, y lo más importante; pone de manifiesto las funciones de éste en términos de uso social y político. La mejor manera de entenderlo es el hecho de que en los aviones nunca hubo ejemplos de arte abstracto.

Galería de fotos:

choppermonster.com