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Entre el espectáculo, lo extraño y la crueldad. Entre novedad, buscavidas y los últimos coletazos de la antroplogía colonial se popularizó durante las últimas dos décadas del siglo XIX una de las exhibiciones más locas y denigrantes de la historia del deporte, los combates de boxeo con canguros. Una moda que penetró repentinamente en las sociedades civilizadas de occidente en la década de 1800 y que desbordó la demencial visión del espectáculo de finales de ese siglo.

Importaciones de canguros desde Australia, películas sobre púgiles marsupailes, contratos similares a las estrellas de cine y salones de entrenamiento atracaron en Europa y Estados Unidos en 1880.

Francia, Alemania o Inglaterra vieron como una ola de entusiasmo y curiosidad inundó sus salones de espectáculos hasta sobrepasar su capacidad. Todos querían ver un combate de boxeo entre un humano y un canguro. Fue un periodo de tiempo en el que todos querían asistir a una pelea de pugilismo marsupial.


CANGUROS BOXEADORES

Los púgiles marsupiales de las Antípodas


Esta historia empieza como la mayoría de las historias, con un encuentro. Un encuentro en parte azaroso y en parte necesario. Azaroso porque podría no haber ocurrido, o haber sucedido de diferente manera. Necesario, porque siendo un canguro el principal protagonista, raramente podría haber sucedido en otro lugar que no fuese Australia. Y así fue. Así fue cómo el Profesor Landermann, hombre rudo y gimnasta, y Jack, el púgil marsupial, se conocieron hace más de cien años para protagonizar una de las historias más sorprendentes, disparatadas y demenciales conocidas hasta entonces.

Jack, un canguro entrenado para ser púgil

El Profesor Landermann gustaba de ir al bosque a la captura de canguros. Era un corpulento y rudo profesor de boxeo, atleta y gimnasta, a quien el aire libre y la naturaleza ensalzaban.

Fue en una de sus salidas cuando en 1889 atrapó a quien se convertiría en su amuleto, en la llave que le abriría las puertas del dinero y la aventura, en la válvula de escape con quien demostrar al mundo cómo se las gastaban en las Antípodas. Ese amuleto era Jack, un canguro normal y corriente, a quien el destino obligó a convertirse en una estrella.

Landermann pronto vio las posibilidades en Jack. Y como si de una película de boxeo se tratara se propuso hacer de él toda una leyenda del pugilismo universal.

Pronto empezaron los entrenamientos. Y guantes en mano, frente a un espejo, Jack se vio a sí mismo como su rival, como un adversario a quien lanzar golpes con sus patas delanteras. Era increíble ver cómo respondía a los movimientos apoyado sobre su musculosa cola, que hacía de trípode para proyectar patadas semi voladoras con las que dejar K.O a cualquier rival.

Su capacidad de aprendizaje era sorprendente, y al poco tiempo el Profesor Landermann sustituyó el espejo por él mismo. Jack ya no lucharía contra su reflejo nunca más. Era el momento de entrenar junto a un fenómeno de carne y hueso. Y así prosiguieron los entrenamientos durante dos años, hasta que en 1891 llegó la hora de su debut, un combate público contra su entrenador, el Profesor Landermann.

En el cuadrilátero, entre risas y señas con el dedo, un canguro con guantes de boxeo y dos humanos; un árbitro, y un púgil dispuesto a pelear contra el marsupial. Aquello parecía una broma, no podía ser verdad. Sonó la campana, Ring!!! y los boxeadores se hicieron frente. El murmullo en tono de burla del público cesó al ver a Jack levantarse y adoptar una postura erguida, mostrando pecho a la altura de su contrincante. Demostró que aquello no era una broma, que era capaz de pelear como un humano, de esquivar y comprender las normas del deporte. Era extraordinario aquello. Raro, muy extraño. Nadie había visto cosa semejante en su vida. Y todos bocearon de emoción.

Así fue cómo la idea más estúpida, propia de un verdadero imbécil, caló entre sus semejantes y se convirtió en uno de los negocios del espectáculo más fértiles de finales del siglo XIX y principios del XX. Y cómo los combates con canguros boxeadores viajaron de Australia a Europa y Estados Unidos para convertirse en una de las demostraciones de mayor éxito y más manifiestas de la estupidez humana.

Habrá visto nunca el mundo cosa igual

En Australia nadie había visto cosa semejante. El público de Sidney y Melbourne quedó perplejo al contemplar cómo se movía dentro del cuadrilátero aquel marsupio. Un esperpento salvaje a medias entre lo cómico y lo trágico. Y pronto se corrió la voz. En cuestión de semanas, Jack, el canguro boxeador, era toda una estrella de las Antípodas.  Cobraba los salarios por actuación más altos de todos los animales, recibía ofertas de trabajo de la industria del cine y la mismísima Madame Bernhardt quería comprarlo para sus menesteres personales.

El negocio subía como la espuma. Actuaciones y espectáculos por toda Australia, y sobre todo el interés público y de la prensa por la nueva sensación. No podía ser mejor, pero de repente, sin explicación alguna, en mitad del tour que los llevaba a Brisbane, Newcastle y Wallsend, Jack falleció repentinamente. Corría el año 1891.

El Profesor Landermann no podía creerlo. Envuelto en tristeza y preocupación por su negocio personal acusó a los promotores del show de haber envenenado a Jack, pero los médicos dictaminaron que la causante de la desgracia había sido una gripe. Ahí quedó todo, y el más grande de los boxeadores canguro de todos los tiempos dejaba este mundo. La entrañable historia de Jack daba a su fin.

Aussie, 1929

Pero lo cierto es que a esas alturas la vida de Jack no era del todo primordial. El negocio hacía tiempo que funcionaba bien y el Profesor Landermann se había preocupado de entrenar a un predecesor por si la desgracia llamaba a la puerta. Desde hacía meses Jack II estaba listo para saltar a los cuadriláteros, y tomó directamente el testigo como si nada hubiese ocurrido prolongando los combates por Australia un año más.

Cruzar el charco

En 1892 el prestigioso Royal Acuarium de Londres llamaba a la puerta de los australianos para que Jack II se lanzara a una gira mundial. El ya por entonces representante y promotor Profesor Landermann vio en la oferta una oportunidad inmejorable para crecer en el mundo del espectáculo. Además, a esas alturas, en Australia los canguros boxeadores ya invadían los escenarios, así que no dudó en aceptar y firmar en nombre de los dos. Comenzaba un viaje en barco de vapor con destino Inglaterra.

Para la gira el profesor decidió que Jack tuviera una compañera, y se hizo con una canguro de 18 meses que se convertiría en la pareja del púgil.

El barco zarpó. Aquello parecía una película, y como si de una novela de aventuras se tratara la tragedia también hizo presencia. Una noche, mientras el barco surcaba los mares y la tripulación descansaba de la jornada, la pareja de marsupiales escapó de sus jaulas y se lanzó por la borda de forma suicida.

Nadie podía creer aquello. Varias barcas de rescate fueron en su búsqueda, pero sólo consiguieron rescatar a Jack, mientras su pareja moría ahogada en el océano. Una suerte que el pújil marsupial tardó en superar.

Los suspiros de tristeza de Jack se escucharon a bordo durante semanas. Jack transmitía pena y dolor, y el Profesor decidió dormir en la jaula con él para compartir el luto, pero sobre todo para que su pena no lo llevará a lanzarse de nuevo por la borda en un acto de desesperación descontrolada.

Bienvenidos a Londres!

Después de un largo viaje por fin divisaron tierras inglesas, y Jack había recuperado la sobriedad necesaria para continuar con su carrera pugilista tras la pérdida de su compañera.

La prensa loindinense lo recibió de la siguiente manera: «El canguro de boxeo ha llegado. Después de haber escapado de la compra de Madame Bernhardt en Sydney, ahogarse en Colombo, y morir de pena por la pérdida de su esposa, él está en el acuario de Westminster, desafiando al mundo a boxear.»

El espactáculo fue un éxito ¡Toda una victoria del pujil marsupial! Todo estaba preparado, y el público lo sabía. Era un combate amañado, pero el movimiento del canguro sobre el cuadrilátero dejaba asombrados a todos aquellos que acudián al espectáculo.

La prensa estaba fascinada, y andaba desesperada a la caza del profesor Landermann en busca de un reportaje extraordinario. Jack había conquistado Londres. Nunca antes nadie había visto algo así.

Canguro boxeador en Londres

 

 

 

Empezaron los contratos y el entusiasmo se desbordó. Todo el mundo quería ver combatir a Jack. No había asalto en el que las gradas no estuvieran a reventar. Hubo incluso quien fue más allá y contempló aquello como algo que escapaba al ámbito espectáculo. Hubo quien quiso ver en los combates de canguros boxeadores una lección del hombre a la historia natural. Aquello se encontraba a miles de kilómetros de la ilustración.

La atracción por los canguros boxeadores en Inglaterra se había disparado. Jack y Landermann ya formaban parte del personal del Royal Aquarium de Londres y su nómina parecía estar bien amarrada. Todo iba sobre ruedas. Otro canguro apareció en escena. Se rodó una película sobre Jack y Landermann y los combates continuaron hasta 1896, fatídico día en el que Jack fallecía bajo causas que nunca se desvelaron.

Son muchas y diferentes las versiones que dan respuesta al fallecimiento de Jack, siendo la más difundida la que sostiene que su muerte se debió a un asesinato organizado por los promotores para cobrar la cuantía del seguro de vida del púgil, que ascendía a 2000 £.

La piel de Jack se exhibió durante un tiempo en el Royal Acuarium de Londres hasta que se vendió en una subasta en 1903. De sus restos no se sabe nada.

El profesor Landerman continuó trabajando como entrenador de animales bajo la financiación del empresario Sr. Ritchie, quien le compró un pony negro y le animó a instruirlo para boxear. Increíblemente lo consiguió, y su pequeño pony boxeardor consiguió subir al ring y combatir bajo los escépticos ojos del público. Pero todo terminó un día cuando el corcel interpretó los movimientos gestuales de un espectador como un desafío de combate. Aquel hombre terminó en el hospital, y Landermann juzgado.

Todo se resolvió bien. El Profesor Lendermann terminó sus días girando con otro canguro boxeador, que moría de neumonía en 1903 sin ningún tipo repercusión mediática. Por entonces la prensa ya no se fiajaba en esas cosas, tenía otros temas más importantes, y la fiebre por el boxeo de canguros se apaciguaba rápida y suavemente hasta desaparecer.

Algunos continuaron. Apariciones de Woody Allen en televisión durante los setenta boxeando en una escena denigrante, o la loca película de Daniel Mann, Matilda, de 1978, son algunos ejemplos. Incluso hoy en día es posible ver en you tube combates de canguros boxeadores con un simple rastreo. Los canguros Digger, Sindney, Skippy o Aussie fueron de los pocos testigos directos de aquella etapa de esplendor marsupial donde los canguros dominaros el arte del boxeo. Un época extremadamente loca que daba a su fin con la llegada del siglo XX.

Reportaje sobre el púgil marsupial Aussie en su visita a España. Revista Crónica año 1923, Madrid, España

Reportaje Revista Crónica sobre Aussie, el campeón australiano. Madrid, 1923.

 

Cristian Aguado Crespo

 

 

choppermonster.com