SAM PECKINPAH: PARTE II
Por Pepe Kubrick
Habíamos dejado a Peckinpah en nuestra anterior entrada, (El perro y la rabia) consumiendo su vida de paria cinematográfico entre vasos de whisky y futuros guiones los cuales iba pergeñando con su amigo Jim Silke en la casa del director en Miami (tampoco era tan mala vida, ¿no creen?) Frisando la cuarentena, en la cima de su capacidad creativa, Peckinpah masticaba la amargura de ser por un lado uno de los nuevos talentos de la cinematografía estadounidense, y por otro el de su condición de proscrito para las productoras. Condición que se veía reforzada tras su breve paso por la dirección de “El Rey del Juego” (“The Cincinatti Kid”, 1965), la adaptación para la gran pantalla de la novela de Richard Jessup ambientada en el mundo de los jugadores de póker. Peckinpah tuvo encontronazos desde el primer momento con el productor, Martin Ransohoff, quien acabó consiguiendo el despido del director al cuarto día de rodaje con la excusa de que había rodado planos de desnudos sin consentimiento (en realidad era una recatada escena en la que a una mujer se le caía un abrigo, sin nada por debajo, pero filmada de espaldas) No sabemos cuál hubiera sido el resultado del largometraje si finalmente hubiera llevado la firma de Peckinpah, manejando una historia que aunque en principio alejada de su habitual temática sí encuentra puntos en común con lo más granado de su filmografía, y es que el nihilismo al que se arroja Steve McQueen en la antológica partida final frente a su némesis (un inmenso Edgar G. Robinson en un papel rechazado en un principio por Spencer Tracy) no difiere mucho del impresionante acto suicida con el que los miembros de la banda de Pike Bishop se enfrentan al ejército del general Mapache en “Grupo Salvaje” (excepto en que no es lo mismo jugarte la vida que un montón de dinero, claro) Siempre nos quedará la duda de como hubiera sido “El Rey del Juego” por Peckinpah, pero no obstante el trabajo final realizado por otro gran cineasta como Norman Jewison (quien alcanzaría notoriedad en os años posteriores con películas como “El violinista en el tejado” o “En el calor de la noche”) es soberbio, siendo en mi opinión “The Cincinnati Kid” un certero y desalentador retrato del mundo del juego, con un final que no vamos a desvelar aquí pero que trasluce de manera descarnada el ya citado nihilismo que rodea a la ludopatía.
Si aún no la han visto acepten esta recomendación, y disfruten además con la fantástica ambientación que hace Jewison de Nueva Orleans y sus gentes y sonidos (la secuencia inicial con un festivo funeral a ritmo de jazz organizado por la comunidad negra de la ciudad es una maravilla y una muestra de la capacidad de Jewison como director) Por otro lado, y aunque de manera muy circunstancial, es la primera vez que Peckinpah tiene contacto con quien sería protagonista en dos de sus películas posteriores: Steve McQueen.
Y es que no era Peckinpah director habituado a repetir papeles protagonistas, de hecho McQueen, con sólo dos películas (“Junior Bonner” y “La Huída”), sería el único capaz de afirmar que ha repetido papel protagónico absoluto con Peckinpah, ya que aunque James Coburn protagoniza “La Cruz de Hierro”, en “Pat Garret y Billy The Kid” hay que considerarlo como co-protagónico junto a Kris Kristofferson. De modo que Peckinpah nunca ha tenido un actor fetiche para sus papeles protagonistas, como John Wayne con John Ford, James Stewart con Frank Capra, Robert de Niro con Martin Scorsese, Kurt Russell con John Carpenter, o tantos ejemplos más de perfecta compenetración actor-director (Tom Hanks con Steven Spielberg podría ser el caso actual más notable), pero sin embargo si supo rodearse siempre de un eficaz elenco de secundarios, una particular guardia pretoriana de individuos de facciones marcadas por la vida y cuyos rostros son por sí mismos las mejores pinceladas para definir la obra de Peckinpah. Tipos que desprenden sensación de sudor y alcohol por la pantalla y a los que se les intuye aliento a gasolina y que Peckinpah elegía buscando capturar los recuerdos de su infancia californiana en aquel Oeste que se veía engullido por la modernidad. Personajes que esbozan el gran cuadro de la America peckinpahiana. Forajidos, bandidos, vividores, bebedores, charlatanes, mentirosos, embaucadores reverendos de dudosa moral, alguaciles que disparan por la espalda… caracteres que encarnados por los Strother Martin, Warren Oates, Ben Johnson, L.Q.Jones o R.G.Armstrong de turno son bañados en la particular paleta de colores humanos de Peckinpah, dotando a sus obras de una extraordinaria y “fordiana” coralidad.
Lamiéndose las heridas de su decepción por el rodaje de “Mayor Dundee”, y decepcionado por su despido de “El Rey del Juego”, Peckinpah se concentra en la elaboración de guiones (vende en Abril de 1967 su texto sobre Pancho Villa, “Villa cabalga” a un productor llamado Ted Richmond, quien lo llevaría a la pantalla un año más tarde con Yul Brinner y Robert Mitchum en los papeles principales) y en el ya habitual refugio televisivo (dirige la adaptación de la exitosa novela de Katherine Anne Porter, “Noon Wine”, y un episodio del “Bob Hope’s Chryslter Theater”, espacio a la mayor gloria de Bob Hope), también lo encontramos involucrado en “The Glory Guys”, un western escrito por el director californiano y llevado a la pantalla en 1965 por Arnold Laven. Según IMDB, Peckinpah codirigió el film pese a no acreditarse en tal trabajo (si aparece lógicamente como guionista), pero Garner Simmons, biógrafo oficial del director, no menciona en ningún momento tal cosa.
Pero la suerte comenzaría a cambiar para Peckinpah. En otoño de 1965, en un viaje por Europa, había conocido a Kenneth Hyman, por aquel entonces productor jefe de Seven Arts, Ltd. en Inglaterra, quien estaba en el Festival de Cannes presentando “La Colina” (“The Hill”, Sidney Lumet, 1965), un contundente drama bélico que había impresionado a Peckinpah. Poco más tarde Seven Arts se fusionaría con Warner Brothers y Hyman sería nombrado vicepresidente a escala internacional de la compañía de Bugs Bunny. Este productor y directivo sería clave para el futuro de Peckinpah, ya que una de las primeras decisiones que tomó en su nuevo cargo fue contratar al director para que reescribiera un guión que Hyman tenía sobre la mesa sobre un gran atraco en el África contemporánea llamado “The Diamond Story”, con la feliz condición además para nuestro hombre de que una vez finalizado aquel trabajo le permitirían rodar una película para la Warner. Y Peckinpah tenía un as en la manga.
Roy Sickner, especialista, actor en muy pequeños papeles, y viejo amigo de Peckinpah, había escrito una historia sobre un grupo de forajidos que se enfrentaban a sus últimos días a principios del siglo XX operando en la frontera entre Méjico y Texas. Aquel esbozo acabaría siendo el primer guión de “Grupo Salvaje” una vez pasado por la mano del guionista Walon Green, y una vez reescrito por Peckinpah el texto sería entregado a Hyman como propuesta para ser llevado a la pantalla. La apuesta de Sam fue ganadora, hasta tal punto de que el estudio desestimó continuar con “The Diamond Story” y convino en que Peckinpah centrase sus esfuerzos en “Grupo Salvaje”.
El resto es historia.
La película llegó a los cines estadounidenses en Junio de 1969, y antes de que acabase el año ya había sido estrenada en gran parte de Europa (a España llegó en Enero del 70) La taquilla respondió y la crítica, aunque dividida y conmocionada, fue positiva en muchos casos y el film recibió dos nominaciones a los oscars (guión y banda sonora) “Grupo Salvaje” cumplió su cometido y dejó clavados a los espectadores en aquel 69 clave para el resurgir del western (es el año en que se estrenan también “Dos Hombres y un Destino” de George Roy Hill, la cual reventó las taquillas, o “Valor de Ley” de Henry Hathaway, además de la comedia musical ambientada en el Oeste “La Leyenda de la Ciudad sin Nombre”, la cual resulta fácil de emparentar con el inmediato trabajo posterior de Peckinpah, “La balada de Cable Hogue”) La película golpea como un puñetazo, y si a día de hoy sigue resultando una rotunda obra maestra habría que imaginarse como se sintieron los espectadores de 1969 ante aquella oda nihilista cargada de poética violencia que venía a anunciar la madurez definitiva de Hollywood. Peckinpah dio lo mejor de sí mismo en esta película, tanto en la dirección como en sus aportes al guión (suya fue la idea de la impactante apertura de la película con los niños jugando sádicamente con un escorpión al que entregan a unas devoradoras hormigas, idea que surgió tras escuchar a Emilio Fernández contar un relato de su niñez similar, así como los flash backs que nos presentan episodios de juventud de Deke Thornton, el antagonista personaje de Pike Bishop interpretado por Robert Ryan) “Grupo Salvaje” se convirtió en una película de culto tanto por contenido como por continente. El valor de sus encuadres, las distintas velocidades de los fotogramas, o un montaje rápido y endiabladamente adelantado a su época llamaron la atención de la crítica más libre de prejuicios que supo ver en la obra mucho más que un festín de balas y muertes. El elenco actoral fue de primera división, pese al rechazo por parte de Lee Marvin a aceptar el papel principal de Pike Bishop, líder de la banda. Las crónicas dicen que el actor neoyorquino no aceptó el papel debido a que un par de años antes había participado en “Los Profesionales” (“The Professionals”, Richard Brooks, 1966) y “Grupo Salvaje” le parecía un proyecto demasiado parecido, aunque Peckinpah afirma en su biografía que a Marvin le gustaba la idea de ser Bishop y trabajar en su nueva película, pero apareció entonces “La leyenda de la ciudad sin nombre” para ofrecerle un millón de dólares y por ese motivo desestimó participar en “Grupo Salvaje”. Sea como fuere la elección final del veterano William Holden resultó todo un acierto. Holden ya no era el efebo de torso resplandeciente que había hecho suspirar a las damiselas de medio mundo en “Picnic” (Joshua Logan, 1955), pero a sus 50 años resultaba ideal para encarnar a un forajido descastado y rebelde incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Junto a él, Peckinpah pudo contar con otro excelente actor como Robert Ryan (quien por cierto también había participado en “Los Profesionales”) para dar vida al cazarrecompensas Deke Thornton, quien colabora con la justicia para dar caza a la banda de Bishop, y de quien sabemos que fue miembro de la banda y amigo y cómplice del bandido a quien pretende dar caza, lo cual resalta el dramatismo de la trama y da sentido a una de las constantes del cine de Peckinpah: la confrontación entre dos mundos representados en dos antagonistas. Otro rostro que brilla con luz propia es el del gran Ernest Borgnigne, uno de los mejores secundarios de su época y cuya participación en la película en principio no convencía al director (interpreta a Dutch, lugarteniente de Bishop, que en el guión es descrito como joven y apuesto), pero Hyman insistió en darle el papel y Peckinpah pasó por el aro. Finalmente el director admitiría que Borgnine había sido uno de los mejores actores con los que había trabajado nunca. Tampoco faltan los habituales secundarios de Peckinpah: Ben Johnson, L.Q. Jones, y sobre todo Warren Oates demostrando una vez más que era “Los mejores andares de la historia del cine”. Hay que destacar también que es el primer papel para la gran pantalla de un rostro tan reconocible como el de Bo Hopkins, y por último, imposible olvidar la participación mejicana de la película con Emilio Fernández dando vida al General Mapache, y un joven Alfonso Arau (mundialmente famoso más de 20 años después como director de “Como agua para chocolate”) dando vida a uno de sus lacayos, el odioso Herrera.
Todo eran apuestas seguras para Peckinpah, quien se encargó de seleccionar personalmente a los miembros más importantes de la realización. Lucien Ballard, quien ya había trabajado con el director en “Duelo en la alta sierra”, fue requerido como director de fotografía, y Lou Lombardo se encargó del magistral montaje. Incluso Sam pudo disponer de Gordon Dawson (véase entrada anterior, al respecto de “Mayor Dundee”) como encargado de vestuario, tras duras negociaciones y una subida salarial no habitual para ese puesto. Y es que Dawson llevaba tiempo por aquel entonces trabajando como guionista, con unas condiciones económicas (y con menos horas de trabajo) mucho mejores y no parecía dispuesto a volver al vestuario, pero Peckinpah estaba empeñado en contar con su trabajo, después de la pericia demostrada en “Mayor Dundee”. De modo que Peckinpah era un hombre feliz durante el rodaje de “Grupo Salvaje”, habiendo conseguido rodearse de quienes consideraba los trabajadores idóneos para cada una de las tareas del film.
A estas alturas mucho se ha hablado ya de “Grupo Salvaje”, obligando a caer en el tópico de que todo se ha dicho ya. Pero lo cierto es que la inmensidad de ciertas obras hace que siempre queden palabras para intentar abrazar una vez más ese instante de gloria congelada para siempre que supone el milagro de la obra maestra. Es lo que me sucede en música con “Piknik Caleidoscópico”, el psicodélico álbum de Los Negativos, y del que por muchos años que pasen no se agota su capacidad para estremecerme, sorprenderme, embriagarme y conmoverme. En “Grupo Salvaje” hablamos de unos parámetros radicalmente distintos. Aquí no hay misterio ni psicodelia. Sólo verdad (salvaje verdad) y rotundidad, pero igualmente supone enfrentarme a una obra que por muchos visionados sigue asemejando un pozo sin fondo del que no distingo a ver el final. “Grupo Salvaje” dispone de un mecanismo tan férreo, es un animal tan duro y tan rugosa su piel que por mucho que lo intente no consigo llegar totalmente hasta sus tripas. Quizás suceda como con el abismo del que hablaba Nietzche, buscando llegar a la esencia del animal que es “Grupo Salvaje”, uno mismo se convierte en puro animal y puras tripas.
La trascendencia de esta película, pese a lo presuntamente simple de su trama, ha convertido su título en tópico recurrente para multitud de escenarios, algunas veces de manera muy gratuita (aquello de Manuel Jabois y el Real Madrid de fútbol, sigh…) Y es que la sencillez de su hilo argumental esconde una auténtica filosofía de vida y una particular visión del mundo, la propia del director, que es lo que finalmente hace (por encima de sus evidentes logros técnicos y artísticos) que nos encontremos ante una película de culto y una de las mejores películas de todos los tiempos reconocida en cualquiera de esos listados que cada cierto tiempo asoman en la cinematografía intentando reconducir la opinión del sufrido espectador. No deja de ser curioso esto de la crítica y el arte, cuando la mayoría de las consideradas grandes obras maestras de hoy día en cualquier campo fueron vapuleadas o directamente despreciadas por la crítica, obligando a malvivir a sus autores. No tanto en el cine, que al fin y al cabo es un negocio que mueve mucho dinero y quien hace películas cobra lo suyo, como en otras artes. Piensen por ejemplo en el pobre Van Gogh, quien se vio obligado a cortarse una oreja para ponerla a la venta en Ebay y poder subsistir (bueno, vale, lo hizo porque estaba como una chota, pero no me digan que no tiene guasa ser considerado uno de los mejores pintores de todos los tiempos… una vez fallecido y en vida no habiendo conocido más que pobreza y miseria, ¿quién cojones va a querer ser Van Gogh?)
“Grupo Salvaje” esconde tras la orgía de plomo y sangre una extraña contradicción, inherente al ser humano (quien ya de por si es una contradicción, “sólo vivimos de contradicciones” decía Unamuno), por un lado una exaltación y celebración de la vida por encima de cualquier consideración, ley o poder fáctico, y por otro el nihilismo trágico (¿o quizás cómico?) de que nada tiene sentido, ni siquiera la vida, por tanto ni siquiera la supervivencia, por tanto, ¿qué más da enfrentarnos a todo un ejército de soldados mejicanos? Todo ello resumido en un plano, EL PLANO por excelencia de la historia del cine, en el que los cuatro miembros de la banda, como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, caminan hacia una muerte segura pero asegurándose antes de teñir de rojo la pantalla (y por cierto, aunque sea en plano congelado, vuelvan a verlo y no me digan que Warren Oates no merece ser llamado “Los mejores andares de la historia del cine”)
Pero hasta llegar a EL PLANO hemos asistido a un devenir violento y existencial de un Pike Bishop empeñado en seguir rigiéndose por los valores del Viejo Oeste frente a la irrupción de los nuevos tiempos. Es un inadaptado, al contrario que su ex –colega Deke Thornton, quien al trabajar como cazarrecompensas en cierta manera se pasa “al otro lado”, al de la ley (no de manera tan explícita como hará Pat Garrett cuando Peckinpah narre su historia años más tarde) Bishop y su banda se creen poseedores de un falso cinismo, ya que sólo se mueven por dinero, pero cuando aceptan el suicidio que conlleva enfrentarse a Mapache para rescatar a su joven compañero Ángel (incómoda conciencia para la banda, cuando les habla de las atrocidades y los abusos que cometen Mapache y sus hombres con su pueblo, y pese a ello Bishop pacta con el general el robo de armamento estadounidense para vendérselo a los militares mejicanos) comprendemos que tienen su particular código de honor. Es un comportamiento que ya habíamos visto en la obra del director anteriormente, encarnado en el Randolph Scott de “Duelo en la alta sierra” o en el Richard Harris de “Mayor Dundee”, pero aquí alcanzado unas cotas rayando en el paroxismo. Personajes que podríamos definir como “cínicos con valores”, y que han sido tratados felizmente en el cine con gloriosas representaciones que van desde el Robert Jordan (Gary Cooper) de “¿Por quién doblas las campanas?” (“For Whom the Bells Tolls”, Sam Wood, 1943) hasta el Han Solo (Harrison Ford) de “La guerra de las galaxias” (“Star Wars”, George Lucas, 1977) Tipos duros, cínicos y egoístas en apariencia pero que a la hora de la verdad sacan a relucir su lado heroico.
El enfrentamiento final entre los hombres de Bishop y el ejército de Mapache es otro prodigio de Peckinpah, consiguiendo una tensión repartida entre nosotros, los espectadores, y Thornton y los suyos, quienes asisten desde la distancia al fatal desenlace para la banda. Bishop se enfrenta a Mapache espetándole un conciso “queremos a Angel”, para que a continuación el sanguinario general muestre al muchacho apaleado y torturado y finalmente le raje la garganta delante de la banda, a lo que Bishop y sus hombres responden tiroteando a Mapache. Consigue entonces Peckinpah un momento apoteósico. El tiempo se congela y el silencio es absoluto, primeros planos y los habituales zooms marca de la casa ayudan a reforzar la tensión del momento. Nadie se mueve. Los soldados de Mapache están perplejos ante la muerte de su líder. Parece una rendición. Incluso alguno de los soldados hace además de levantar los brazos. Dutch, brazo derecho de Bishop, sonríe confiado. Paladea aquel momento. Habían conseguido amedrentar y derrotar a todo un ejército ¿Sería posible un final feliz? Entonces Bishop se vuelve y ve al consejero alemán de Mapache, inmóvil. Bishop le dispara y desencadena la masacre final. Hay que recalcar este momento porque señala el nihilismo del “doble suicidio” que afronta la banda. No les basta con haberse enfrentado a Mapache y acabar con su vida, habiendo vengado la muerte de Ángel. Bishop elige lo que sabe será un devastador final disparando al aliado del general mejicano. Comienza entonces un baile salvaje de balas surcando el polvoriento aire mejicano y hemoglobina bañando la pantalla en los posiblemente cinco minutos más apoteósicos de todo el cine de género de la historia, ante el doble público escogido por Peckinpah en otro acierto narrativo. Por un lado los espectadores, por otro Deke Thornton y sus compinches parapetados tras unas rocas. La poética guinda al violento romanticismo del turbulento final de Bishop y su banda nos la deja el propio Thornton cuando le vemos hacerse con el revolver de su antiguo amigo, abatido por las balas mejicanas, y disponerse a engrosar las filas del revolucionario Pancho Villa en su lucha contra el ejército mejicano y generales como Mapache. No es casual, desde luego, la simpatía de Peckinpah por Villa, cuya figura ya había interesado al director hasta el punto de escribir un guión cinematográfico sobre su figura, como ya hemos comentado. Si Peckinpah se consideraba un cineasta rebelde y contrario al poder establecido, más cercano a la marginalidad que a los lujos y oropeles de Hollywood, no es de extrañar que se sintiera atraído por un revolucionario que se apoderaba de las tierras de los hacendados mejicanos para distribuirlas entre los campesinos y que luchó contra el poder imperante. No sería entendible por tanto el idealismo que desprende “Grupo Salvaje” sin la asociación de Mapache con la dictadura militar de Victoriano Huerta, y la del joven Ángel, finalmente catalizador de la conciencia heroica de Bishop, con Villa.
“Grupo Salvaje” marca sin duda un punto de inflexión en la carrera de Peckinpah. Con sólo cuatro películas en su haber ya era considerado uno de los grandes directores estadounidenses de su generación. Su reputación de buen artesano lograba imponerse a la de director conflictivo, y pese a que seguía siendo un hueso duro de roer para cualquier productor, los estudios empezaban a considerar que la etiqueta “A film by Sam Peckinpah” en cualquiera de sus películas podría generar el interés del público. De este modo a Peckinpah no le faltó trabajo en los años posteriores, trabajando con altos presupuestos y con grandes estrellas de la pantalla. Se puede decir que 1969 significaba la llegada de nuestro protagonista a la cumbre de su oficio. Pero ya saben lo que se dice, lo difícil no es llegar, si no mantenerse. ¿Lo lograría Peckinpah?
DEVORADO POR LAS HORMIGAS
Habíamos dejado a Peckinpah en nuestra anterior entrada consumiendo su vida de paria cinematográfico entre vasos de whisky y futuros guiones los cuales iba pergeñando con su amigo Jim Silke en la casa del director en Miami (tampoco era tan mala vida, ¿no creen?) Frisando la cuarentena, en la cima de su capacidad creativa, Peckinpah masticaba la amargura de ser por un lado uno de los nuevos talentos de la cinematografía estadounidense, y por otro el de su condición de proscrito para las productoras. Condición que se veía reforzada tras su breve paso por la dirección de “El Rey del Juego” (“The Cincinatti Kid”, 1965), la adaptación para la gran pantalla de la novela de Richard Jessup ambientada en el mundo de los jugadores de póker. Peckinpah tuvo encontronazos desde el primer momento con el productor, Martin Ransohoff, quien acabó consiguiendo el despido del director al cuarto día de rodaje con la excusa de que había rodado planos de desnudos sin consentimiento (en realidad era una recatada escena en la que a una mujer se le caía un abrigo, sin nada por debajo, pero filmada de espaldas) No sabemos cuál hubiera sido el resultado del largometraje si finalmente hubiera llevado la firma de Peckinpah, manejando una historia que aunque en principio alejada de su habitual temática sí encuentra puntos en común con lo más granado de su filmografía, y es que el nihilismo al que se arroja Steve McQueen en la antológica partida final frente a su némesis (un inmenso Edgar G. Robinson en un papel rechazado en un principio por Spencer Tracy) no difiere mucho del impresionante acto suicida con el que los miembros de la banda de Pike Bishop se enfrentan al ejército del general Mapache en “Grupo Salvaje” (excepto en que no es lo mismo jugarte la vida que un montón de dinero, claro) Siempre nos quedará la duda de como hubiera sido “El Rey del Juego” por Peckinpah, pero no obstante el trabajo final realizado por otro gran cineasta como Norman Jewison (quien alcanzaría notoriedad en los años posteriores con películas como “El violinista en el tejado” o “En el calor de la noche”) es soberbio, siendo en mi opinión “The Cincinnati Kid” un certero y desalentador retrato del mundo del juego, con un final que no vamos a desvelar aquí pero que trasluce de manera descarnada el ya citado nihilismo que rodea a la ludopatía. Si aún no la han visto acepten esta recomendación, y disfruten además con la fantástica ambientación que hace Jewison de Nueva Orleans y sus gentes y sonidos (la secuencia inicial con un festivo funeral a ritmo de jazz organizado por la comunidad negra de la ciudad es una maravilla y una muestra de la capacidad de Jewison como director) Por otro lado, y aunque de manera muy circunstancial, es la primera vez que Peckinpah tiene contacto con quien sería protagonista en dos de sus películas posteriores: Steve McQueen.
Y es que no era Peckinpah director habituado a repetir papeles protagonistas, de hecho McQueen, con sólo dos películas (“Junior Bonner” y “La Huída”), sería el único capaz de afirmar que ha repetido papel protagónico absoluto con Peckinpah, ya que aunque James Coburn protagoniza “La Cruz de Hierro”, en “Pat Garret y Billy The Kid” hay que considerarlo como co-protagónico junto a Kris Kristofferson. De modo que Peckinpah nunca ha tenido un actor fetiche para sus papeles protagonistas, como John Wayne con John Ford, James Stewart con Frank Capra, Robert de Niro con Martin Scorsese, Kurt Russell con John Carpenter, o tantos ejemplos más de perfecta compenetración actor-director (Tom Hanks con Steven Spielberg podría ser el caso actual más notable), pero sin embargo si supo rodearse siempre de un eficaz elenco de secundarios, una particular guardia pretoriana de individuos de facciones marcadas por la vida y cuyos rostros son por sí mismos las mejores pinceladas para definir la obra de Peckinpah. Tipos que desprenden sensación de sudor y alcohol por la pantalla y a los que se les intuye aliento a gasolina y que Peckinpah elegía buscando capturar los recuerdos de su infancia californiana en aquel Oeste que se veía engullido por la modernidad. Personajes que esbozan el gran cuadro de la America peckinpahiana. Forajidos, bandidos, vividores, bebedores, charlatanes, mentirosos, embaucadores reverendos de dudosa moral, alguaciles que disparan por la espalda… caracteres que encarnados por los Strother Martin, Warren Oates, Ben Johnson, L.Q.Jones o R.G.Armstrong de turno son bañados en la particular paleta de colores humanos de Peckinpah, dotando a sus obras de una extraordinaria y “fordiana” coralidad.
Lamiéndose las heridas de su decepción por el rodaje de “Mayor Dundee”, y decepcionado por su despido de “El Rey del Juego”, Peckinpah se concentra en la elaboración de guiones (vende en Abril de 1967 su texto sobre Pancho Villa, “Villa cabalga” a un productor llamado Ted Richmond, quien lo llevaría a la pantalla un año más tarde con Yul Brinner y Robert Mitchum en los papeles principales) y en el ya habitual refugio televisivo (dirige la adaptación de la exitosa novela de Katherine Anne Porter, “Noon Wine”, y un episodio del “Bob Hope’s Chryslter Theater”, espacio a la mayor gloria de Bob Hope), también lo encontramos involucrado en “The Glory Guys”, un western escrito por el director californiano y llevado a la pantalla en 1965 por Arnold Laven. Según IMDB, Peckinpah codirigió el film pese a no acreditarse en tal trabajo (si aparece lógicamente como guionista), pero Garner Simmons, biógrafo oficial del director, no menciona en ningún momento tal cosa.
Pero la suerte comenzaría a cambiar para Peckinpah. En otoño de 1965, en un viaje por Europa, había conocido a Kenneth Hyman, por aquel entonces productor jefe de Seven Arts, Ltd. en Inglaterra, quien estaba en el Festival de Cannes presentando “La Colina” (“The Hill”, Sidney Lumet, 1965), un contundente drama bélico que había impresionado a Peckinpah. Poco más tarde Seven Arts se fusionaría con Warner Brothers y Hyman sería nombrado vicepresidente a escala internacional de la compañía de Bugs Bunny. Este productor y directivo sería clave para el futuro de Peckinpah, ya que una de las primeras decisiones que tomó en su nuevo cargo fue contratar al director para que reescribiera un guión que Hyman tenía sobre la mesa sobre un gran atraco en el África contemporánea llamado “The Diamond Story”, con la feliz condición además para nuestro hombre de que una vez finalizado aquel trabajo le permitirían rodar una película para la Warner. Y Peckinpah tenía un as en la manga.
Roy Sickner, especialista, actor en muy pequeños papeles, y viejo amigo de Peckinpah, había escrito una historia sobre un grupo de forajidos que se enfrentaban a sus últimos días a principios del siglo XX operando en la frontera entre Méjico y Texas. Aquel esbozo acabaría siendo el primer guión de “Grupo Salvaje” una vez pasado por la mano del guionista Walon Green, y una vez reescrito por Peckinpah el texto sería entregado a Hyman como propuesta para ser llevado a la pantalla. La apuesta de Sam fue ganadora, hasta tal punto de que el estudio desestimó continuar con “The Diamond Story” y convino en que Peckinpah centrase sus esfuerzos en “Grupo Salvaje”.
El resto es historia.
La película llegó a los cines estadounidenses en Junio de 1969, y antes de que acabase el año ya había sido estrenada en gran parte de Europa (a España llegó en Enero del 70) La taquilla respondió y la crítica, aunque dividida y conmocionada, fue positiva en muchos casos y el film recibió dos nominaciones a los oscars (guión y banda sonora) “Grupo Salvaje” cumplió su cometido y dejó clavados a los espectadores en aquel 69 clave para el resurgir del western (es el año en que se estrenan también “Dos Hombres y un Destino” de George Roy Hill, la cual reventó las taquillas, o “Valor de Ley” de Henry Hathaway, además de la comedia musical ambientada en el Oeste “La Leyenda de la Ciudad sin Nombre”, la cual resulta fácil de emparentar con el inmediato trabajo posterior de Peckinpah, “La balada de Cable Hogue”) La película golpea como un puñetazo, y si a día de hoy sigue resultando una rotunda obra maestra habría que imaginarse como se sintieron los espectadores de 1969 ante aquella oda nihilista cargada de poética violencia que venía a anunciar la madurez definitiva de Hollywood. Peckinpah dio lo mejor de sí mismo en esta película, tanto en la dirección como en sus aportes al guión (suya fue la idea de la impactante apertura de la película con los niños jugando sádicamente con un escorpión al que entregan a unas devoradoras hormigas, idea que surgió tras escuchar a Emilio Fernández contar un relato de su niñez similar, así como los flash backs que nos presentan episodios de juventud de Deke Thornton, el antagonista personaje de Pike Bishop interpretado por Robert Ryan) “Grupo Salvaje” se convirtió en una película de culto tanto por contenido como por continente. El valor de sus encuadres, las distintas velocidades de los fotogramas, o un montaje rápido y endiabladamente adelantado a su época llamaron la atención de la crítica más libre de prejuicios que supo ver en la obra mucho más que un festín de balas y muertes. El elenco actoral fue de primera división, pese al rechazo por parte de Lee Marvin a aceptar el papel principal de Pike Bishop, líder de la banda. Las crónicas dicen que el actor neoyorquino no aceptó el papel debido a que un par de años antes había participado en “Los Profesionales” (“The Professionals”, Richard Brooks, 1966) y “Grupo Salvaje” le parecía un proyecto demasiado parecido, aunque Peckinpah afirma en su biografía que a Marvin le gustaba la idea de ser Bishop y trabajar en su nueva película, pero apareció entonces “La leyenda de la ciudad sin nombre” para ofrecerle un millón de dólares y por ese motivo desestimó participar en “Grupo Salvaje”. Sea como fuere la elección final del veterano William Holden resultó todo un acierto. Holden ya no era el efebo de torso resplandeciente que había hecho suspirar a las damiselas de medio mundo en “Picnic” (Joshua Logan, 1955), pero a sus 50 años resultaba ideal para encarnar a un forajido descastado y rebelde incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Junto a él, Peckinpah pudo contar con otro excelente actor como Robert Ryan (quien por cierto también había participado en “Los Profesionales”) para dar vida al cazarrecompensas Deke Thornton, quien colabora con la justicia para dar caza a la banda de Bishop, y de quien sabemos que fue miembro de la banda y amigo y cómplice del bandido a quien pretende dar caza, lo cual resalta el dramatismo de la trama y da sentido a una de las constantes del cine de Peckinpah: la confrontación entre dos mundos representados en dos antagonistas. Otro rostro que brilla con luz propia es el del gran Ernest Borgnigne, uno de los mejores secundarios de su época y cuya participación en la película en principio no convencía al director (interpreta a Dutch, lugarteniente de Bishop, que en el guión es descrito como joven y apuesto), pero Hyman insistió en darle el papel y Peckinpah pasó por el aro.
Finalmente el director admitiría que Borgnine había sido uno de los mejores actores con los que había trabajado nunca. Tampoco faltan los habituales secundarios de Peckinpah: Ben Johnson, L.Q. Jones, y sobre todo Warren Oates demostrando una vez más que era “Los mejores andares de la historia del cine”. Hay que destacar también que es el primer papel para la gran pantalla de un rostro tan reconocible como el de Bo Hopkins, y por último, imposible olvidar la participación mejicana de la película con Emilio Fernández dando vida al General Mapache, y un joven Alfonso Arau (mundialmente famoso más de 20 años después como director de “Como agua para chocolate”) dando vida a uno de sus lacayos, el odioso Herrera.
Todo eran apuestas seguras para Peckinpah, quien se encargó de seleccionar personalmente a los miembros más importantes de la realización. Lucien Ballard, quien ya había trabajado con el director en “Duelo en la alta sierra”, fue requerido como director de fotografía, y Lou Lombardo se encargó del magistral montaje. Incluso Sam pudo disponer de Gordon Dawson (véase entrada anterior, al respecto de “Mayor Dundee”) como encargado de vestuario, tras duras negociaciones y una subida salarial no habitual para ese puesto. Y es que Dawson llevaba tiempo por aquel entonces trabajando como guionista, con unas condiciones económicas (y con menos horas de trabajo) mucho mejores y no parecía dispuesto a volver al vestuario, pero Peckinpah estaba empeñado en contar con su trabajo, después de la pericia demostrada en “Mayor Dundee”. De modo que Peckinpah era un hombre feliz durante el rodaje de “Grupo Salvaje”, habiendo conseguido rodearse de quienes consideraba los trabajadores idóneos para cada una de las tareas del film.
A estas alturas mucho se ha hablado ya de “Grupo Salvaje”, obligando a caer en el tópico de que todo se ha dicho ya. Pero lo cierto es que la inmensidad de ciertas obras hace que siempre queden palabras para intentar abrazar una vez más ese instante de gloria congelada para siempre que supone el milagro de la obra maestra. Es lo que me sucede en música con “Piknik Caleidoscópico”, el psicodélico álbum de Los Negativos, y del que por muchos años que pasen no se agota su capacidad para estremecerme, sorprenderme, embriagarme y conmoverme. En “Grupo Salvaje” hablamos de unos parámetros radicalmente distintos. Aquí no hay misterio ni psicodelia. Sólo verdad (salvaje verdad) y rotundidad, pero igualmente supone enfrentarme a una obra que por muchos visionados sigue asemejando un pozo sin fondo del que no distingo a ver el final. “Grupo Salvaje” dispone de un mecanismo tan férreo, es un animal tan duro y tan rugosa su piel que por mucho que lo intente no consigo llegar totalmente hasta sus tripas. Quizás suceda como con el abismo del que hablaba Nietzche, buscando llegar a la esencia del animal que es “Grupo Salvaje”, uno mismo se convierte en puro animal y puras tripas.
La trascendencia de esta película, pese a lo presuntamente simple de su trama, ha convertido su título en tópico recurrente para multitud de escenarios, algunas veces de manera muy gratuita (aquello de Manuel Jabois y el Real Madrid de fútbol, sigh…) Y es que la sencillez de su hilo argumental esconde una auténtica filosofía de vida y una particular visión del mundo, la propia del director, que es lo que finalmente hace (por encima de sus evidentes logros técnicos y artísticos) que nos encontremos ante una película de culto y una de las mejores películas de todos los tiempos reconocida en cualquiera de esos listados que cada cierto tiempo asoman en la cinematografía intentando reconducir la opinión del sufrido espectador. No deja de ser curioso esto de la crítica y el arte, cuando la mayoría de las consideradas grandes obras maestras de hoy día en cualquier campo fueron vapuleadas o directamente despreciadas por la crítica, obligando a malvivir a sus autores. No tanto en el cine, que al fin y al cabo es un negocio que mueve mucho dinero y quien hace películas cobra lo suyo, como en otras artes. Piensen por ejemplo en el pobre Van Gogh, quien se vio obligado a cortarse una oreja para ponerla a la venta en Ebay y poder subsistir (bueno, vale, lo hizo porque estaba como una chota, pero no me digan que no tiene guasa ser considerado uno de los mejores pintores de todos los tiempos… una vez fallecido y en vida no habiendo conocido más que pobreza y miseria, ¿quién cojones va a querer ser Van Gogh?)
“Grupo Salvaje” esconde tras la orgía de plomo y sangre una extraña contradicción, inherente al ser humano (quien ya de por si es una contradicción, “sólo vivimos de contradicciones” decía Unamuno), por un lado una exaltación y celebración de la vida por encima de cualquier consideración, ley o poder fáctico, y por otro el nihilismo trágico (¿o quizás cómico?) de que nada tiene sentido, ni siquiera la vida, por tanto ni siquiera la supervivencia, por tanto, ¿qué más da enfrentarnos a todo un ejército de soldados mejicanos? Todo ello resumido en un plano, EL PLANO por excelencia de la historia del cine, en el que los cuatro miembros de la banda, como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, caminan hacia una muerte segura pero asegurándose antes de teñir de rojo la pantalla (y por cierto, aunque sea en plano congelado, vuelvan a verlo y no me digan que Warren Oates no merece ser llamado “Los mejores andares de la historia del cine”)
Pero hasta llegar a EL PLANO hemos asistido a un devenir violento y existencial de un Pike Bishop empeñado en seguir rigiéndose por los valores del Viejo Oeste frente a la irrupción de los nuevos tiempos. Es un inadaptado, al contrario que su ex –colega Deke Thornton, quien al trabajar como cazarrecompensas en cierta manera se pasa “al otro lado”, al de la ley (no de manera tan explícita como hará Pat Garrett cuando Peckinpah narre su historia años más tarde) Bishop y su banda se creen poseedores de un falso cinismo, ya que sólo se mueven por dinero, pero cuando aceptan el suicidio que conlleva enfrentarse a Mapache para rescatar a su joven compañero Ángel (incómoda conciencia para la banda, cuando les habla de las atrocidades y los abusos que cometen Mapache y sus hombres con su pueblo, y pese a ello Bishop pacta con el general el robo de armamento estadounidense para vendérselo a los militares mejicanos) comprendemos que tienen su particular código de honor. Es un comportamiento que ya habíamos visto en la obra del director anteriormente, encarnado en el Randolph Scott de “Duelo en la alta sierra” o en el Richard Harris de “Mayor Dundee”, pero aquí alcanzado unas cotas rayando en el paroxismo.
Personajes que podríamos definir como “cínicos con valores”, y que han sido tratados felizmente en el cine con gloriosas representaciones que van desde el Robert Jordan (Gary Cooper) de “¿Por quién doblas las campanas?” (“For Whom the Bells Tolls”, Sam Wood, 1943) hasta el Han Solo (Harrison Ford) de “La guerra de las galaxias” (“Star Wars”, George Lucas, 1977) Tipos duros, cínicos y egoístas en apariencia pero que a la hora de la verdad sacan a relucir su lado heroico.
El enfrentamiento final entre los hombres de Bishop y el ejército de Mapache es otro prodigio de Peckinpah, consiguiendo una tensión repartida entre nosotros, los espectadores, y Thornton y los suyos, quienes asisten desde la distancia al fatal desenlace para la banda. Bishop se enfrenta a Mapache espetándole un conciso “queremos a Angel”, para que a continuación el sanguinario general muestre al muchacho apaleado y torturado y finalmente le raje la garganta delante de la banda, a lo que Bishop y sus hombres responden tiroteando a Mapache. Consigue entonces Peckinpah un momento apoteósico. El tiempo se congela y el silencio es absoluto, primeros planos y los habituales zooms marca de la casa ayudan a reforzar la tensión del momento. Nadie se mueve. Los soldados de Mapache están perplejos ante la muerte de su líder. Parece una rendición. Incluso alguno de los soldados hace además de levantar los brazos. Dutch, brazo derecho de Bishop, sonríe confiado. Paladea aquel momento. Habían conseguido amedrentar y derrotar a todo un ejército ¿Sería posible un final feliz? Entonces Bishop se vuelve y ve al consejero alemán de Mapache, inmóvil. Bishop le dispara y desencadena la masacre final. Hay que recalcar este momento porque señala el nihilismo del “doble suicidio” que afronta la banda. No les basta con haberse enfrentado a Mapache y acabar con su vida, habiendo vengado la muerte de Ángel. Bishop elige lo que sabe será un devastador final disparando al aliado del general mejicano. Comienza entonces un baile salvaje de balas surcando el polvoriento aire mejicano y hemoglobina bañando la pantalla en los posiblemente cinco minutos más apoteósicos de todo el cine de género de la historia, ante el doble público escogido por Peckinpah en otro acierto narrativo. Por un lado los espectadores, por otro Deke Thornton y sus compinches parapetados tras unas rocas. La poética guinda al violento romanticismo del turbulento final de Bishop y su banda nos la deja el propio Thornton cuando le vemos hacerse con el revolver de su antiguo amigo, abatido por las balas mejicanas, y disponerse a engrosar las filas del revolucionario Pancho Villa en su lucha contra el ejército mejicano y generales como Mapache. No es casual, desde luego, la simpatía de Peckinpah por Villa, cuya figura ya había interesado al director hasta el punto de escribir un guión cinematográfico sobre su figura, como ya hemos comentado. Si Peckinpah se consideraba un cineasta rebelde y contrario al poder establecido, más cercano a la marginalidad que a los lujos y oropeles de Hollywood, no es de extrañar que se sintiera atraído por un revolucionario que se apoderaba de las tierras de los hacendados mejicanos para distribuirlas entre los campesinos y que luchó contra el poder imperante. No sería entendible por tanto el idealismo que desprende “Grupo Salvaje” sin la asociación de Mapache con la dictadura militar de Victoriano Huerta, y la del joven Ángel, finalmente catalizador de la conciencia heroica de Bishop, con Villa.
“Grupo Salvaje” marca sin duda un punto de inflexión en la carrera de Peckinpah. Con sólo cuatro películas en su haber ya era considerado uno de los grandes directores estadounidenses de su generación. Su reputación de buen artesano lograba imponerse a la de director conflictivo, y pese a que seguía siendo un hueso duro de roer para cualquier productor, los estudios empezaban a considerar que la etiqueta “A film by Sam Peckinpah” en cualquiera de sus películas podría generar el interés del público. De este modo a Peckinpah no le faltó trabajo en los años posteriores, trabajando con altos presupuestos y con grandes estrellas de la pantalla. Se puede decir que 1969 significaba la llegada de nuestro protagonista a la cumbre de su oficio. Pero ya saben lo que se dice, lo difícil no es llegar, si no mantenerse. ¿Lo lograría Peckinpah?