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Comer bombillas, cristales, cerillas encendidas, cemento y yeso. Atravesarse el cuello y las mejillas de lado a lado con agujas de palmo, crucifixiones de diecisiete días a las que el mismísimo Jesús no hubiese acudido por complejo de inferioridad, quemaduras de colillas en el cuerpo, ingestión de cuchillas de afeitar e intentos de hipnotizar a toros. Nada era imposible para el faquir español más grande de todos los tiempos, Daja-Tarto.

Recuerdo en la Universidad que uno de mis profesores de literatura había querido ser torero, y sin embargo ahí estaba, explicándonos como podía el Boom latinoamericano. Quizá uno no puede ser en la vida lo que quiere, o por lo menos no siempre es así, pero lo que parece cierto es que de alguna manera el destino siempre tiene algo que ofrecer. Este es el caso de Dajo-Tarto, el aspirante a torero que se convirtió en el faquir más afamado de España.



Daja-Tarto

Daja-Tarto

El faquir… 

«es un ser que en la India llaman pordiosero, mendigo sencillamente. Y para pedir limosna unos se dedican a estar en una cama de pinchos todo el día sentados, otros se dedican a tener el brazo levantado en alto toda una vida, otros se dedican a que les crezcan las uñas cerrando la mano… Pero yo eso lo vi en plan muy pobre, deseaba una cosa más espectacular, con motivos de emoción, que tuviese una garra donde la multitud pudiese quedarse medio asustadiza medio intrigante, y empecé a eso: a clavarme la cara, primero las orejas, y vi que no sentía dolor…»

Daja-Tarto

En 1904 veía la luz del mundo González Mena Tortajada, un futuro aspirante a asceta que perdería su valiosa fortuna jugando al bingo sesenta años más tarde. Por entonces nadie pensó que el futuro de Tortajada estuviese destinado al éxito, pero en la piel de ese chico conflictivo que se escapaba con la maleta del seno del hogar y terminaba en reformatorios habitaba la impagable esencia del genio.

Daja-Tarto

Con catorce años se traslada junto a su familia a Madrid por motivos de trabajo. Su padre había conseguido un puesto como portero en las Oficinas de Seguridad de Estado. Corría el año 1914 y por entonces el adolescente Tortajada soñaba con ser torero, una profesión que nunca consagró y que tuvo que mantener trabajando paralelamente como ayudante de cocinero para el ejército y como botones. Lo tenía todo preparado, todo pensado, pero nunca le llegó esa oportunidad que un artista busca desesperadamente. Arenillas de Cuenca, el nombre que él mismo eligió como torero, veía entre dificultades y carencias vitales cómo el paso del tiempo mostraba su indeferencia, la vida se desvirtuaba y los sueños se esfumaban entre la niebla de las noches de guardia en el cuartel.

Pero el destino tenía guardada una sorpresa para él, una puerta abierta, un último resorte, una oportunidad. Y como en una película de misterios de oriente caía en sus manos un libro que cambió para siempre su vida, se titulaba Misterios de la India. Las noches de guardia se iluminaron, la vida tomó sentido y las historias mágicas llegadas del país lejano encendieron la mente de quien desde entonces se llamó Daja-Tarto.

Aquí no hay truco, Daja-Tarto.

De torero a faquir sin levartarse del asiento, ¡en una lectura! Daja-Darto, el acrónimo que deviene de su segundo apellido (Tortajada, leído al revés), había visto la oportunidad, y comenzó a poner en práctica todo lo que había leído en el libro Los Misterios de la India. En cuestión de meses empezó a comer bombillas, atravesarse el cuelo y las mejillas de lado a lado con agujas de palmo, fue protagonista de crucifixiones, de quemaduras de colillas en el cuerpo y de ingestión de cuchillas de afeitar. Se había transformado en una máquina que devoraba bombillas, cristales, cerillas encendidas y comía cemento.

En 1927 debutó como faquir oficial para el Circo Price de Madrid vestido de maharajá, donde prácticamente desde su primera actuación se ganó un puesto anual. Por entonces un faquir era lo nunca visto, una profesión de lejana procedencia para la que no todo el mundo valía y de la cual pocos tenían conocimiento, y por qué no decirlo, una profesión milenaria que a día de hoy ve cómo sus últimos representantes se cuentan con los dedos de una mano.


Para subirse a un escenario hay que ser muy temerario. El cemento rápido


Daja-Tarto

«¡Cemento! cuenta Dajo-Tarto en una entrevista para Radio Nacional en 1980-. Me echo la primera cucharada de cemento (a la boca) y en ese momento noto que se me encaja la mandíbula. No la puedo cerrar. Y me encuentro con que el cemento ha fraguado… Se cerraron las cortinas al grito de ¿qué pasa? ¿qué pasa? Y tuve que salir a explicar al público que faltaba cemento y mandé comprar en la obra de al lado, de donde me trajeron cemento rápido.

El empresario quiso que repitiera la misma oporación en los siguiente espectáculos.»

Daja-Tarto.

Entre sus espectáculos estaban el de sostener una piedra de 80 kilos tumbado en una cama de cristales, comer cemento como si fuese puré, subir descalzo escaleras de sables y enterrarse en plazas de toros mientras se daba la lidia, posiblemente la experiencia más cercana a su sueño de adolescente.

Para los años sesenta los espectáculos de Daja-Tarto llenaban plazas de toros. Las divisas que generaban sus actuaciones alimentaban cada vez más el ingenio del faquir. No había reto ni objeto que se le resistiera. Profundo innovador del mundo de las variedades montó su propia empresa de toreo cómico, actuó para el hombre más despiadado y despreciable de entonces, el General Franco, donde se comió la copa con la que habían brindado, e intentó hipnotizar a un toro que le atravesó la mejilla. Su vida fue un continuo y absurdo desafío a la muerte.


Yo mismo me clavé a un sillón

durante 17 días en el Coliseo de Oporto.


Se casó con Dionisa Gallardo, La Faquira, con quien también saltó a los escenario y tuvo dos hijas también artistas. La fama le sonreía y sus ingresos crecían como nunca hubiese imaginado. Pero el aspirante a asceta tenía una extrema debilidad por el juego, y cuando mejor les iba en la vida, cuando todo parecía fácil perdieron su pequeña fortuna jugando al bingo.

Parecía que todo estaba perdido cuando otra de las genialidades de Daja-Tarto se hizo pública, iba a protagonizar una crucifixión de 400 horas cara al público, un acontecimiento de tal éxito que le sirvió para remontar increíblemente su carrera artística. Durante el espectáculo el público podía hablar con él mientras fumaba y bebía clavado a un sillón. Cuando todo acabó, no con eso, encargó que le fabricasen unos clavos especiales para aprovechar las recientes perforaciones para futuras crucifixiones. En el intento sus manos se engangrenaron frente a la mirada escéptica de los médicos, que asombrados no veían otra opción que la amputación. Pero en otra de sus reacciones estelares salvó sus manos al meterlas en una olla con agua hirviendo.

Compartió escenario con los mejores artistas españoles del momento. Hermanos Díaz, Pablo Celys, Felipe Morenos y los hermanos Morenos, entre otros.

El hermano de Daja-Tarto intentó abrirse camino en la profesión de faquir viendo el éxito de Daja con la mala suerte de morir como consecuencia de una perforación en el estómago.

«Daja se hacía enterrar en el centro del ruedo mientras se celebraba la lidia de un toro, la faena tenía doble emoción, porque una vez concluida la lidia con la muerte de uno de los participantes, normalmente el toro, que no disponía de enfermería en la plaza, al contrario que el torero, se procedía a desenterrar al faquir y comprobar si podía haber contenido la respiración durante veinte minutos.

Este curioso espectáculo dio lugar a una anécdota durante la insurrección militar del General Sanjurjo de 1932. Parece que la lidia se había prolongado ese día y a Daja-Tarto le faltaron las últimas boqueadas. Los camilleros le llevaron a la casa de socorro cuando les sorprendió una balacera a la altura de Cibeles. Sin pensárselo dos veces los camilleros dejaron allí al faquir… Cuando los soldados hicieron el recuento de víctimas se quedaron patidifusos al comprobar que entre ellas había un indio.»

Zircolika, Revista de artes circenses.

En 1969 Daja-Tarto sufrió un accidente mientras  trabajaba como actor para la película western Cañones para Córdoba. Cuentan que mientras ensayaba con un estilete metido en la nariz alguien tropezó empujando el pincho hacia dentro de la cabeza, un susto que se tradujo en un derrame de retina que lo alejó definitivamente del fakirismo.

Daja-Tarto en el cine

Retirado de su profesión de faquir continuó trabajando en la industria del cine como actor secundario para algunas películas de estampita, una experiencia a la que no atribuyó una especial atención en su libro autobiográfico, La insólita vida del fakir Daja-Tarto. Participó en decenas de películas ahora olvidadas y colaboró con Radio Madrid como especialista en espiritismo y sucesos paranormales.  Antes de morir, y como último deseo pidió que forraran su ataúd de cristales rotos y envolvieran su cuerpo en papel de lija. Moría en el año 1988.

«Soy espiritista, espiritista puro, desde hace 50 años. La gente no ha sabido nada mientras me estaba viendo trabajar, y no sabían que yo tenía una ayuda de seres de mucha elevación que me sostenían.»

Daja-Tarto

♦ Cristian Aguado Crespo ♦

choppermonster.com