La noche inunda la ciudad. La luz artificial ilumina las carreteras de Tokyo y lo convierte en un circuito de pistas que entrelazan sus curvas. Es fácil perder la orientación. Los coches, las motos y los camiones circulan por ellas perdiéndose entre los edificios. La imagen de la ciudad es idílica, como si todo estuviera en calma, como si todo estuviera bien, como si algo fuese a suceder.
Desde el puente en el que estamos vemos todo, somos los dueños del mundo que hemos creado. Nuestra ruta es la calle, nuestro objetivo el caos. Y esta noche lo sembraremos. No hay futuro para nosotros ni lo queremos. Nuestras motos japonesas están listas, y nuestra angustia desbordada. La Yakuza nos obserba y no dudaremos en hacernos notar. Somos la tribu de hoy en Japón, el fantasma de la ciudad. Que tiemble la carretera. La calle es nuestra. Así son las noches en Japón.
Bosozokus
Los Basozokus son bandas de moteros adolescentes. Para muchos japones no son más que niños. Son el eslavón perdido de una sociedad perfecta, los pequeños amos del colegio, jóvenes detrás de la agresión, los héroes del sábado noche y el símbolo de la angustia de la jueventud. Una tribu perdida y ruidosa que conduce máquinas japonesas uniformados con insignias imperiales.
Su origen procede de las bandas de moteros que aparecieron durante los años 50 en Japón después de la Segunda Guerra Mundial, los Kaminari Kozu. Y al igual que las bandas norteamericanas fuera de la ley se caracterizaban por su actitud rebelde y resignada frente a un país que les había mandado a la guerra y un modelo de vida que no les estimulaba.

Bosozoku uniformado años 70-80
No existe un consenso sobre su origen, pero el argumento más extendido sostiene que estas bandas las formaron ex-pilotos de guerra que no tuvieron la suerte de ser elegidos como kamikazes para morir por su emperador en la batalla, lo que suponía privar al piloto del máximo de los honores.
A la vuelta de la guerra estos aviadores necesitaban experiencias estimulantes que saciaran la necesidad de adrenalina de los combates. La carretera les otorgaba la posibilidad de volver a experimentar situaciones de peligro a la vez que les permitía formar como pilotos del aire en la tierra. La moto era la única herramienta con la que solventar el vacío que les procuraba una sociedad aburrida y alineante. Por otro lado es inevitable no mencionar la influencia de las bandas de moteros norteamericanas, quienes por entonces se habían convertido en el principal fantasma EEUU.
(si quieres leer sobre bandas moteras americanas fuera de la ley tienes nuestro artículo: LA APOCALIPSIS MOTORIZADA DE LOS 1%)
Hay que tener en cuenta que Japón fue uno de los países que perdieron la guerra y que durante los años 50 estuvieron al borde de la bancarrota, y que casi gracias a un milagro reconstruyeron una industria que se venía abajo. En lo que al mundo del motor concierne, y como si de una película de acción se tratara, Soichiro Honda llegaba a la Isla de Man en 1954 con su equipo de pilotos para demostrar a los europeos que en Japón estaban listos para competir a nivel internacional. Honda contaba con su primer prototipo pero desconocía las capacidades de sus adversarios. Honda tuvo que regresar a Japón a reconvertir su moto. Pero comenzaba la carrera por la conquista del mercado y la historia del motociclismo japonés.
(Sobre motos japoneasas nuestro artículo: Motos japonesas. Honda, Yamaha, Suziki y Kawasaki)
Un año más tarde, en 1955, se organizaba en Japón una carrera similar a la de la Isla de Man, la carrera del volcán Asama. Era la primera competición profesional que se celebraba en el país. Entre cenizas de lava y latentes erupciones volcánicas los motoristas japoneses daban sus primeros pasos en el mundo del motociclismo.

Bosozokus, la tribu urbana de moteros adolescentes japoneses
El término Bosozoku fue en cierto modo un invento de los medios de comunicación. Se usó por primera vez en 1972 mientras un canal de noticias informaba de una pelea entre bandas en la estación de trenes de Tomaya. El calificativo fue espontáneo, una combinación de palabras que unían Bosou y Zoku. Bosou contiene el matiz de violencia y Zoku contiene el de tribu, y al juntar ambas palabras y sus significados daba Bosozoku, que quiere decir pandilla viloenta.

Durante los años 70 y 80 los Bosozokus eran unos 40 mil miembros
La influencia de los medios de comunicación alimentó las fantasías y estímulos de una juventud que buscaba unas insignias con las que forjar y encontrar su identidad. Adolescentes que no encontraban sentido a un sistema escolar severamente disciplinario y que se levantaban de la silla cada vez que la palabra Bosozoku aparecía en la televisión. El término llamaba la atención y los medios de comunicación lo sabían. El adjetivo se utilizó sin pensar en las consecuencias, y al poco tiempo era un emblema juvenil incontrolable.

Bosozokus armados y uniformados
Los medios tenían el Santo Grial que necesitaban unos jóvenes sedientos de atención, y ofrecieron cobertura a lo que se traduciría en una subcultura que duraría más de 30 años. Su estilo ruidoso y violento se convirtió en un espectáculo público del que nadie quería saber nada, mientras por las calles del centro de Tokyo los Bosozoku conducían sus motos sin ningún tipo de norma.
Pero la libertad absoluta tiene un precio, se hicieron visibles y muy conocidos. Eran famosos, pero fácilmente reconocibles. La calle era el escenario, la ruta era el guión de la película, la ropa la personificación de la batalla y las motos la familia.
Uniformados con botas retro de piloto, abrigos largos y pantalones a juego, como una mezcla entre piloto estadounidense y kamizake japonés dentro de un encuadre manga, se hicieron los amos de la carretera, los amos del sábado noche durante la década de los años 70 y 80.

Bosozokus
Los nombres de las pandillas Bosozoku se generan dentro de un universo bélico donde el honor, la entrega, la hermandad, la valentía, aterrorizar al enemigo hacen de talismán conductor, y la estética está íntimamente ligada a los códigos de guerra del imperio japonés de la Segunda Guerra Mundial. La esvástica de las bandas Black Emperor, o los Spectre son ejemplos de lo más significativos.
Peleas a muerte, pactos de honor, cárcel, carreras infernales y violación reiterada de la ley era la metodología de estas pandillas, que por los años 70 y 80 albergaban en su seno a unos 40 mil miembros.
Eran carne fácil para la Yakuza,
quien mantenía vínculos para el futuro reclutamiento de soldados.

Bosozoku super custom
La estrategia de la policía para combatir el desenfreno de estas pandillas y sobre todo la problemática del descarrilamiento de sus vidas consiste en no empeorar más sus situaciones e intentar que no vayan a peor, y esquivando cualquier situación que pueda acarrear problemas de cárcel, ya que la exclusión les aleja todavía más de la sociedad, siendo así carne fácil para la Yakuza, la cual mantiene vínculos abiertos de reclutamiento. La ley japonesa en ese sentido se centra en criminalizar la conducción temeraria con multas normativas.
«Es difícil detener las motos que van como locas sin que los pilotos se lastimen»
Susumo Mito, División del tráfico de policía nacional. Grupo especial Bosozoku.
Las bandas predominaron durante los años 70 y 80, pero ya prácticamente han desaparecido, por lo menos en la cantidad de miembros que forman sus filas y su presencia en la ciudades. De lo que queda destaca la moderación y exhibición acorde a las leyes, y una estrategia estatal de no fomento de estas pandillas para no volver a caer en el error de retroalimentar su mito. Muchos de estos antiguos kamikazes ahora llevan vidas encauzadas, son profesores y padres de familia. Se les conoce con el nombre de Kyushakai.
Pasa un bosozoku, se adentra entre los coches parados que esperan frente a un semáforo en rojo. Lleva una cinta en la cabeza y una katana de madera. Un policía observa expectante esperando no tener que intervenir. El bosozoku se para frente a la luz roja, ¡es lo nunca visto! En los buenos tiempos se lo hubiese saltado provocando un accidente en el cruce. Actualmente la televisión tiene otras historias más importantes de las que hablar. Sus trajes ya no lucen como antes ni el escenario es el mismo, ya no son adolescentes. Lo único queda ahora es el recuerdo de una subcultura que generó uno de los mundos más sorprendentes y únicos de la historia de los jóvenes, el universo basozoku.
♦ Cristian Aguado Crespo ♦