BEACH BUMS
SURFEROS HOLGAZANES DE PLAYA
La tarde llegaba a la playa después de una buena jornada de surf. Nadie quedaba dentro del mar. La calma se extendía como el telón del teatro que cierra el escenario. Pero ese día la función se alargaría un acto más. Un acto trágico.
Algo apareció en el agua. La confusión invadía la mirada al intentar reconocer aquello que flotaba. En la orilla intentaban reconocerlo. Muchos lo imaginaron, pero nadie quería creerlo. De repente gritos: ¡Es un surfero!¡El holgazán de la playa!
Un hombre y su tabla, ambos boca abajo, aparecieron a la deriva del mar, y el agua se volvió amarga.
En la orilla, sin pulso, yacía sobrío un señor mayor de unos 80 años, de ojos azules brillantes y barba blanca, tan larga que le tapaba todo el pecho.
Su mirada apuntaba directamente al cielo, pero al igual que el sol su vida también se desvanecía. Su cuerpo era el testimonio del último beach bum, el último holgazán de playa.
Sus posesiones: una tabla de surf y una furgoneta Ford blanca.
Dana Brown, «el último Beach Bum», se había criado junto al mar, en una familia de ocho hermanos. De la mano de su padre, tras una experiencia cercana al misticismo y una serie de lecturas testimoniales, decidió en el año 1980 «no volver a cortarse el pelo ni vivir en su casa nunca más.» Tras vivir alrededor del mundo y visitar un centenar de países y playas, se asentó junto a su padre en Cacoa Beach, a 200 millas de Miami Beach.
Padre e hijo disfrutaron de la costa californiana sin más objetivo que fundirse en la naturaleza y trascender lejos de una de vida materialista. Durante casi treinta años frecuentaron el mismo lugar y fueron icono de una de las playas de Florida, lugar donde dijeron adiós.
Si es cierto que su presencia en la playa suscitaba la atención de los bañistas y su estilo surfero chocaba de frente con el modelo mainstream, hay que reconocer que hubo un tiempo en el que era común entre los surfistas acampar cerca de la playa para simplemente disfrutar de las olas. Un estilo de vida que se batió entre los postulados de una industria creada alrededor del surf y un grupo de chicos que eligieron su tabla como su vehículo trascendental, esto, los Beach Bums.
«De baja extracción social, los puristas del surf o beach bums (holgazanes de playa), no escuchan múscia surf sino rhythm and blues y rock and roll negro. Viven en chabolas playeras como mendigos, aislados de lo mundanal en su propio océano ascético, y su fin es la percepción. Monjes inmersos en la espiritualidad, el surf da pleno sentido a su vida y por eso mismo renuncian a lo material y no participan en competiciones ofiales. Son los one percenters del emporio surf, una economía -bikinis, bermudas, woodies o camionetas, surf music, surf movies- de la que no participan y para la que por tanto no existen.»
Jaime Gonzalo. Poder Freak
Son los outsiders, los freaks, los místicos. Son los primos hermanos de los Hell´s Angel, la vanguardia, los naturales, los indomables. Surferos de alma que terminaron por radicalizar su filosofía. Pandillas callejeras que vivían en la playa, pintaban sus tablas y algunos vestían con cascos y cruces de hierro, vestimentas que el ejército americano trajo de Alemania. De ellos nacen los surf punks o nazi surfs. Jóvenes macarras de las olas dispuestos a defender sus olas y su territorio de «surfistas intrusos, turistas indeseables o bandas rivales.»
El origen del surf. El deporte de los reyes.
En 1778 James Cook capitaneó la primera expedición europea que vio tierra en Hawaii. Las maravillas de la isla eran infinitas, los colores de las flores, la luz de los nativos y la inmensidad de una cultura fundida en medio del océano con la naturaleza eran insólitas. Y entre ellas, entre lo sublime del paisaje, contempló algo insólito. A lo lejos, como delfines, vio cómo los lugareños surcaban las olas subidos en tablas de madera.
De esa impresión escribió lo siguiente, el texto escrito más antiguo que se conserva sobre los orígenes del surf:
«Uno de los entretenimientos más comunes lo realizan en el agua cuando el mar está crecido y las olas rompen en la costa. Los hombres, a veces 20 o 30, se dirigen mar adentro sorteando las olas, se colocan tumbados sobre una plancha ovalada aproximadamente de su misma altura y ancho, mantienen sus piernas unidas sobre ellas y usan sus brazos para guiar la plancha. Esperan un tiempo hasta que llegan las olas más grandes, entonces todos a la vez reman con sus brazos para permanecer en lo alto de la ola y esta los impulsa con una velocidad impresionante. El arte consiste en guiar la plancha de manera para que se mantengan en la dirección apropiada en lo alto de la ola conforme esta cambia de dirección.
Si la ola dirige a uno de ellos cerca de las rocas antes de ser atrapado por la rompiente, es felicitado por todos. A primera vista parece una diversión muy peligrosa. Pensaba que algunos de ellos podrían golpearse contra las afiladas rocas pero justo antes de llegar a la costa, si se encuentran muy cerca de ellas, saltan de la tabla y bucean por debajo de la ola hasta que esta ha roto, mientras que la tabla es arrastrada muchas yardas por la fuerza del mar. La mayoría de ellos son superados por la rompiente de la ola, cuya fuerza evitan buceando y nadando bajo el agua para mantenerse fuera de su alcance. Viendo esos ejercicios realizados por aquellos hombres, se podría decir que son anfibios. Las mujeres podían llegar nadando al barco, permanecer la mitad del día en el agua y después regresar nadando a la orilla. El motivo de esta diversión es solo entretenimiento y no tiene que ver con pruebas de destreza. Con buenas olas entiendo que tiene que ser muy agradable, al menos ellos muestran un gran placer en la velocidad que este ejercicio les da…»
Este es el primer fragmento escrito sobre el surf que se conserva. La historia y el origen del surf se pierden en el tiempo a través de los cuentos y las leyendas de los nativos de la isla, pero lo que ha día de hoy nadie pone en duda en su origen polinesio.
La carta del capitán Cook debió llegar a malas manos una vez la flota de expedición inglesa regresó a casa. Y unas tres décadas más tarde nuevas excepciones regresaron a Hawaii, pero esta vez no de visita. Se procedía a la conversión religiosa de los nativos a la fe cristiana.
El surf fue directamente prohibido por los misioneros calvinistas, quienes veían en los surferos nativos actitudes intolerables. La libertad e independencia que desprendían en el agua, surcando a toda velocidad las grandes olas de la playa, semi desnudos, envueltos en la naturaleza, desafiaba la oscura y tenebrosa moral teológica de un Dios a quienes estos chicos no parecían rendir culto.
La sombra de la religión penetró en la cultura hawaiana y desde 1819 hasta finales del mismo siglo las misiones de conversión al cristianismo prohibieron cualquier tipo de manifestación local. Se anulaba el culto a la naturaleza y el surf quedaba severamente prohibido al considerarse una distracción hedonista que alejaba a quienes lo practicaban de los fines cristianos de culto y entrega completa a Cristo.
No es hasta el cambio de siglo cuando esta fórmula de ocio recobra toda su energía y comomienza lo que a día de hoy es conocido como un deporte internacional, pero sobre todo y más importante, un estilo de vida.
Los primeros pasos del surf moderno
El surf moderno cuenta con dos figuras esenciales. Aparece a principios del siglo XX de la mano de George Freeth, considerado el responsable de introducir el surf en el continente americano, y se expande alrededor del mundo gracias Duke Kahanamotu, con quien se populariza.
El Duke era nadador de élite. Compitió en diferentes certámenes de los juegos olímpicos, y a los 22 años ya lucía medallas de oro y plata. Era un gran atleta, pero lo que le diferenciaba del resto de sus compañeros era que a todos los lugares donde acudía le acompaña su tabla. El hecho de preferir el surf a las competiciones olímpicas descolocaba a un público que todavía no sabía qué era una tabla de surf y mucho menos para qué servía.
El surf había llegado a EEUU y Australia de la mano del Duke, y pronto surgieron pequeños grupos de jóvenes interesados en practicar esta fórmula de ocio y que no tenían reparo en dejar sus casas para viajar a Hawaii en busca de olas.
De estos viajes se crearon pequeñas comunidades en la playa de Waikiki en forma de clubes. El objetivo no era otro que surfear todos los días. Una afición que se tradujo finalmente en un estilo de vida. Los jóvenes unidos por el surf pasaban semanas y meses en la playa sin más detrimento que pillar olas. Sin dinero, sin comida, sin trabajo.
Se alimentaban de lo que ellos mismos pescaban, de lo que recolectaban cerca de la playa, y en algunos casos de gallinas que robaban. Era un tiempo donde vivir de la naturaleza era todavía posible. Así el surf se desarrollaba de forma paralela en Hawaii y la costa de California.
La ola de la subcultura. Rock and roll y camisas hawaianas
Es a partir de los años 40 y 50 cuando el surf sedimenta como subcultura. El ritual que lo envuelve termina por configurar un modo de vida repletos de códigos propios. Los jóvenes que participan en la nueva ola terminan configurando un estilo de vestir, de consumir su tiempo libre y elegir su estilo musical, todo alrededor de un haz de direcciones, la playa.
«Se trataba de un núcleo de chicos y chicas agrupados de modo aparentemente similar a la de las pandillas callejeras. Empero, sus motivaciones eran muy distintas. Procedían de hogares de clase media y clase media alta de la comunidad playera de La Joya, quizás la más selecta de California. Tenían muy poca sensación de resentimiento a sus padres y la sociedad y no eran rebeldes. Su única base de extrañamiento la constituía la protesta habitual del adolescente: el sentimiento de que se le está introduciendo en la edad adulta de acuerdo con esquemas ajenos. Así que hicieron algo definitivo; se agregaron. Iniciaron su propia liga, basada en el esoterismo del surf.»
Tom Wolfe, Poder Freak
Por primera vez aparecían una serie de jóvenes a quienes no le importaba dejar el equipo de basket con quien darían el paso a la universidad. Los estímulos que producían las olas distorsionaban los planes que tenían sus padres. De la playa brotaba una subcultura aparentemente inocente, sin preocupaciones profundas, donde la única matriz era pasarlo bien. Una cultura integrada que, eso sí, unida a las del hot rod, los moteros, y el rock and roll, diseñaba el nuevo mapa de rutas de la sociedad de consumo estadounidense. Los jóvenes ahí mandaban.
Música surf y cine exploitation
La cultura surf que se desarrolla desde los años cincuenta en la costa de California no solo supuso un cambio de vida para los jóvenes que decidieron practicarlo, también conllevó el giro de toda una industria del entretenimiento teenager que eclosionó con la llegada de los años sesenta.
Apareció un nuevo registro musical denominado surf instrumental, así como la música surf o la música hot rod, todas variantes del rock and roll y envueltas en un universo playero de diversión infinito, camisas hawaianas, y fiestas en la playa, que Dick Dale y los Beach Boys iconizaron a comienzos de los 60.
La música surf no disfrutará de más de cuatro años de vida, los que comprenden 1960-1964, y experimentará una reconversión de registro con la llegada de la invasión británica y las melodías de Los Beatles. Pero lo cierto es que durante esos años prosperó rápidamente entre los teen clubs influyendo en lo que posteriormente sería la música garage y bailes vinculados al rock and roll.
La música surf «ya a través del dinamismo de reverberantes guitarras eléctricas, ya de la orfebrería coral, un infantiloide, amable microcosmos de monotemático discurso -olas, chicas, coches, cuitas parentales-, constituye el primer género musical adolescente que celebra un estilo de vida específicamente juvenil, y no solo sus componentes, como había hecho el rock and roll.»
Jaime Gonzalo, Poder Freak
Igual que en la música el surf vio como la gran pantalla reformaba sus patrones de la mano de Gidget, película basada en una novela que narraba la pasión por el surf de una quinceañera. A ésta la siguieron siguieron Beach Party en 1963 y todo un registro de Beach Party Movies donde todavía era palpable el postizo escenario de una visión edulcorada y una fórmula sencilla cuya metodología consistía en sacar el máximo beneficio posible con la mínima inversión antes de que el estilo pasase de moda.
Por lo general la películas las protagonizaban una pareja de adolescentes, habitualmente ídolos entre los compañeros del instituto, que vivían una seria de aventuras corrientes e irrelevantes. Se iconizaba así a través de la pantalla un imaginario público artificial en torno al surf a la vez que se explotaban las exigencias de los jóvenes.
Beach Bums. Los Holgazanes de playa
Entre la cultura surf que prosperó durante los años 40 y 50 en la costa de California, y posteriormente en los 60 con el gran pelotazo y su salto a la gran pantalla, también fueron muchos quienes se mantuvieron al margen del consumo adulterado del surf. Los Beach Bums, holgazanes de playa, interpretaron de forma muy distinta la práctica del surf, entendido éste como un estilo de vida natural y trascendente con quien desarrollar una vida física y espiritual en conexión con la naturaleza, donde poder alcanzar la libertad en el océano a través de las olas.
Mientras la industria del surf de consuno agotada sus últimos cartuchos frente a la llegada de la invasión musical inglesa encabezada por Los Beatles, el camino sin señalizar, la ruta perdida que no aparecía en el mapa continuaba para los existencialistas del mar. Al otro lado de la fiesta postiza todavía se escuchaba el sonido de las olas, y los Beach Bums desaparecían por la puerta de atrás en busca de la libertad a través del océano.
Chopper Monster