LA APOCALIPSIS MOTORIZADA DE LOS 1 %
JOVENES DEMASIADO VIEJOS
La 2ª Guerra Mundial había finalizado. Los muchachos regresaban a casa tras largos meses destinados. Familiares y amigos esperaban desde hacía tiempo, y el amor, ansiado y deseado desde la distancia por fin se hacía realidad. La eterna correspondencia daba a su fin. De la guerra a la paz, un paso. Y sin a penas tiempo a la reflexión la tranquilidad, la seguridad de dormir y despertar con la luz del sol entrando por la ventana de la que siempre había sido su habitación. Un pequeño consuelo para quienes ya no volverían a ser jóvenes.
Banderas ondeando al viento, carteles de bienvenida y entusiasmo generalizado abrían sus brazos para recibir a los valientes que habían acabado con Hitler y sus aliados japoneses. El nazismo había sido aniquilado y el futuro del país norteamericano ya estaba escrito. Los nuevos amos del mundo. Todo era maravilloso, todo perfecto, todo había ido bien finalmente. Pero sin saberlo, de aquella guerra, algo volvía con ellos.
«6 de junio de 1944. Normandía. Playa de Omaha. Hileras de soldados cagados de miedo van saliendo en fila india de la playa. Una vez en el agua, entre el hedor de los vómitos y un silencio sepulcral, se ven obligados a moverse lentamente, con el agua casi hasta el cuello y sujetando la ametralladora con una de sus manos. Más allá, en los búnkeres alemanes, los oficiales nazis han dado órdenes de no disparar hasta que sean un blanco fácil y estén muy cerca. Pasan varios segundos que parecen eternos hasta que, de pronto, vuelan cientos, miles de balas que impactan y destrozan la carne viva. La carnicería es gigantesca. Retroceder no es una opción. Los muertos flotan. Los muertos desfilan en el agua. Los muertos somos nosotros. Algo de nosotros también murió allí. Y ahora hay que seguir y seguir. Bloody Omaha. Bloody Omaha. Bloody Omaha.»,
El Ejército Negro, La Felguera Editores, 2015 (#)
El entusiasmo por la victoria y el regreso de los soldados era natural y deseado. La alegría formaba parte de la emoción colectiva y patriótica de quienes habían tenido la suerte de volver a ver a sus seres queridos. Pero sus muchachos ya no eran los mismos. La luz escondía una sombra, igual que al día le sigue la noche. Algo había ocurrido, sus chicos ya no eran los mismos. Un pedazo de aquello se venía con ellos, y no era fácil olvidar. El futuro de la nación se había diseñado a la perfección. Todas las piezas del puzzle encajaban. El mapa ya estaba dibujado. Pero una nueva ficha aparecía en el tablero, una con la que no contaban. Una que no encajaba, la del fantasma de la guerra.
La Bomba Atómica, «Little Boy», Hiroshima , 6 de agosto de 1945. «
«Si algunas especies extraterrestres fueran recopilando la historia del homo sapiens, ellos podrían dividir el calendario: AAN (antes de las armas nucleares) y EAN (la era de las armas nucleares). Esta última era, por supuesto, se abrió el 6 de agosto de 1945, el primer día de la cuenta regresiva para lo que puede ser el final poco glorioso de esta extraña especie, que alcanzó la inteligencia suficiente para descubrir los medios eficaces para destruirse a sí misma», Chomsky.
EL MITO DE HOLLISTER
El día de la independencia norteamericana coincidía con uno de los eventos más influyentes del motociclismo, las Gypsy Tours. El 4 de julio de 1947 llegaban a la ciudad de Hollister alrededor de cuatro mil motoristas en respuesta a la invitación de la AMA (Asociación Motoristas Americanos) para presenciar y participar en la edición. Las carreras habían sido interrumpidas durante el conflicto bélico, pero desde su comienzo por los años 30 siempre mantuvieron su programación, y contaban con el respaldo y el respeto de motoristas y ciudadanos, bien por su espíritu deportivo o por su reputación como asociación muy vinculada al desarrollo de la industria del motor norteamericana.
Todo estaba preparado y la ciudad esperaba expectante la llegada de turistas mientras frotaba sus manos imaginando que posiblemente podría inyectar una buena dosis de dinero con la que pasar el resto del año.
Los motoristas llegaron de todos los lugares, San Francisco, Oakland, San Bernardino, Los Angeles. Muchos de ellos eran antiguos combatientes estadounidenses, pero sus rostros, el aspecto y las maneras no coincidían con la foto. Los soldados que habían salvado al país del holocausto estaban asalvajados, conducían sin albedrío y eructaban y bebían cerveza mientras conducían sus oscuras motos. Miradas perdidas, agresividad, marcas en el rostro, y lo peor de todo, también en el alma.
Lo que iba a ser un evento deportivo con vistas de negocio se convirtió en una pesadilla eterna. Una juerga sin fin que convirtió el pueblo en un pequeño infierno durante días para sus habitantes. Quienes antes habían entregado sus vidas, ahora cobraban por ello, e imponía el precio. Rompieron el itinerario oficial de las carreras. Se pelearon entre ellos, se colaron con sus motos en bares y competiciones a la vez que desafiaban con caradura a los policías. El alcohol y la jarana terminó por convertir el pueblo en una fiesta salvaje interminable, en una bestia incontrolable a los mandos de una moto. Los habitantes solo tuvieron la posibilidad de encerrarse en casa, bajar la persianas y esperar a que se terminara la gasolina y la cerveza, pero por desgracia habían abastecido bien sus cámaras. Finalmente el escuálido escuadrón de policías de Hollister consiguió reclutar refuerzos y con eso acabar con el carnaval del motor.
«En los tiempos del Salvaje Oeste, entre la expresiones usadas por los cowboys, hacer nacer el infierno en la ciudad, podía servir para explicar este momento o cualquier otro de entre los muchos que vendrían. Los cowboys gastaban su dinero en las cowtonws, ciudades que cada cierto tiempo eran destruidas en medio de incidentes que duraban días. Cierto o no, sobre dimensional o no, Hollister sintió eso y, de paso, el resto del país. Los incidentes fueron como un masivo corrimiento de tierras, una fantástica denotación en un país acostumbrado a que sus jóvenes obedecieran a sus mayores. Aquí y allá, al principio imperceptiblemente hasta aparecer en su tamaño real, grotesco y visible, los jóvenes se rebelaban, desafiando la sacrosanta decencia de América.» (#)
Muchos argumentos relatan que aquello realmente no fue para tanto. Que lo sucedido no fue más allá de lo que ocurre en una «buena juerga». Peleas, unos cristales rotos, y mucha gente afectada, pero no hubieron saqueos ni destrozos desproporcionados. Las condenas fueron en su mayoría por conducta incívica, resistencia a la autoridad y conducción temeraria. Fueron pocos lo que pasaron más de 90 días encerrados.
Es paradójico que delitos de mucha más magnitud como asesinatos o grandes robos pasaran desapercibidos mientras que los acontecimientos de Hollister se relataran como una amenaza nacional, y gran parte de esto fue así por el papel de la prensa, que vio clara la noticia desde el principio. Estos jóvenes eran carne de cañón.
«Hubo que esperar una semana para que LA AMENAZA adquiriese proporciones monstruosas, inaugurándose así la otra guerra, sobre todo cuando la revista Life publicó un especial dedicado al caos y a la anarquía vivida en Hollister»
Sin la la ayuda de la prensa posiblemente hubiera pasado a la historia sin mayor repercusión, o quizá hasta la siguiente juerga. Es difícil de saber. Pero la realidad es que ese día nació una historia y un mito alimentados por los medios de comunicación. La célebre y saludable nación norteamericana padecía y manifestaba síntomas de enfermedad, y el miedo, contagiado por la televisión se expandía.
La revista Life propagó el terror. Su reportaje sobre los acontecimientos de Hollister dibujaron una estampa macabra y desvergonzada de las pandillas de motoristas a la vez que ponían en alerta a la ciudadanía de su amenza y de la posibilidad de que en cualquier momento su pueblo podía ser el siguiente. El terror estaba sembrado, el contagio. Los jóvenes se rebelaban.
Con el tiempo los mismos afectados de Hollister declararon que en el fondo les salía a cuenta soportar ese tipo de juerga en términos económicos. Los destrozos de tres días se compensaban con creces con el desembolso de los motoristas.
¿Pero qué les había ocurrido a esos chicos?
Ya nada volvería a ser como antes. La inocencia de esos chicos evaporada. Ahora tenían otros planes para sus vidas. Aquí y ahora era su filosofía; sin rumbo, sin destino, solo conducir, incluso por encima de las normas y valores de sus padres.
El reportaje que publicó la revista Life presentaba una serie de fotografías del destrozo de Hollister y sus consecuencias. Reflejaba el rostro desafiante del caos generalizado y de los jóvenes motorizados. Deshumanizados, salvajes, animales de granja sin modales ni respeto por la autoridad, de naturaleza e instinto trastornado. Una nueva enfermedad amenazaba los hogares estadounidenses. El terror se colaba en casa por el televisor, y el miedo se apoderaba del imaginario común ¡La noticia del momento! Carnaza de la buena para los periodistas y todo un espectáculo para la prensa amarilla y sensacionalista, que se frotaba las manos mientras se relamía el colmillo.
«Allí estaba, subido a lo alto de su máquina como el improvisado trono de un extraño rey, rodeado por las pruebas evidentes de que el salvajismo resulta divertido.» (#)
Años más tarde, Jarry Smith (periodista) descubrió algo importante en el relato de Hollister. La fotografía de Barney Peterson publicada en la revista Life había sido manipulada deliberadamente, algo que determinaba de alguna manera el rumbo de los acontecimientos. A la luz, sensacionalismo y juego sucio tras la máscara de la moral norteamericana en su búsqueda desesperada de audiencia.
Un vecino que presenció el momento, refiriéndose al fotógrafo que manipuló la foto afirmó lo siguiente: «…entonces él y otro colega suyo comenzaron a juntar botellas vacías alrededor de los pies de aquel chico, en el suelo, junto a la motocicleta. Yo le dije a mi mujer: `Hey, eso no está bien. No deberían hacer eso´ Bueno, claro, el chico de la moto estaba muy tocado. Estaba justo ahí enfrente, porque el bar de Johnny estaba allí. Creo que salieron del bar y debieron decirse `Allí hay un chico que nos interesa, ¿cómo podríamos acercamos ahí y hacerle una fotografía?´. Así se construyó el famoso mito de Hollister.» (#)
TRASTORNADOS Y ESTIGMATIZADOS. MARGINADOS PERO LIBRES
La pieza que sobraba en el puzzle ya tenía forma, pero quizá era mejor no encajarla. Era problemática y arrastraba el estigma propinado por los medios de comunicación.
Al regresar, para algunos excombatientes las cosas no parecían ser como antes, algo había cambiado. Pero posiblemente eso que parecía diferente no era otra cosa que ellos mismos. Los altos niveles de adrenalina y acción vividos en la guerra eran imposibles de saciar en sociedad. Los roles y normas de conducta reprimían su apetito, que se traducía en angustia y ansiedad.
«La guerra desfiguró para siempre a aquellos soldados, endureciendo su carácter hasta cambiarlos. La adrenalina del combate exigía redefinir la vida civil. El horizonte del soldado aparecía como una nebulosa. El mundo había dejado de ser su mundo. Nada en intensidad era capaz de competir con aquellas vivencias y, al regresar, los recuerdos los perseguían implacablemente.» (#)
Muchos de estos chicos recibían una paga de 80$ mensuales que les permitía sobrevivir mientras no encontrasen trabajo. Dispersos y solitarios, pero con algo en común. Todos eran excombatientes, marginados, perdidos sin ataduras. Camorristas, libres, bebedores, apasionados de las motos, justicieros sin ley, jóvenes demasiado viejos para su edad.
Unos 30 años después, en 1980, se reconoció de manera oficial el síndrome de estrés postraumático. Demasiado tarde para estos chicos y también para quienes posteriormente fueron a Vietnam. La pérdida de sueño, pesadillas, incapacidad de adaptación a la vida civil eran síntomas palpables de las consecuencias de la guerra. Las consecuencias traumáticas del combate equivalían a la potencia destructiva de un tsunami.
Pero en 1947 nada se sabía de esto, y posiblemente tampoco importaba demasiado. Lo sucedido en Hollister había manchado la reputación de la AMA, principal organizador del evento, y por tanto principal responsable para la prensa, quien se le echó encima. La asociación motorista no tardó en convocar una rueda de prensa urgente para limpiar su imagen. Aun así el daño estaba hecho, parecía irreparable, y la prensa no cesaba en el ataque. Había que buscar un culpable, cuantos menos mejor, así que declararon que realmente los causantes de los destrozos en la ciudad representaban únicamente el 1% del 99% restante de los motoristas decentes.
El rechazo de la AMA supuso un golpe bajo, una sucia traición difícil de digerir para quienes habían sido acusados. Algo que los distinguía y separaba del resto del grupo echándoles a la ley encima. Como forajidos les tocaba huir y enfrentarse solos a la policía. La respuesta fue contundente y robusta: La creación de una pequeña sociedad selecta que metabolizó el estigma transformándolo en un club de élite solo para elegidos.
«Un 1% es aquel 1% de todos nosotros que ha seguido sus propias reglas al margen de la sociedad -afirma un forajido-. La razón es porque somos repulsivos. Lo que decimos es que no queremos ser como tú o parecernos ti… Tus hermanos no siempre tienen razón, pero ¡son tu hermanos! Es uno para todos y todos para uno. Si no piensas de esta forma entonces sigue tu camino, porque eres un ciudadano y no tienes nada que ver con nosotros. Somos forajidos, y los miembros seguirán el estilo forajido o se largarán.» (#)
La ruptura fue total. La vida fuera de la ley proliferó. Al poco tiempo del estigma los clubs 1% se multiplicaron formando un batallón de pequeñas células medianamente organizadas entre sí. Hells Angels de Fontana, California, 1948. The Higwaymen de Detroit, 1954. Los Gypsy Jokers de San Francisco, 1956. The Pagans de Maryland, 1959. Los Vagos, California, 1965. Los Bandidos de Texas, 1966. The Warlocks de Filadelfia en 1967. The Mongols de Montebello, California, 1969, son algunos de los más importantes y peligrosos.
Aquel fantasma que bajó del barco junto a los chicos ya era real. La amenaza se había transformado. El hombre de carne y hueso. El fantasma de la prensa ya no era sacro ni carnaza. Tenía pies y manos, ojos y boca, corazón y estómago. La pieza del puzzle cabalgaba sobre ruedas. La pieza del puzzle ardía en llamas.
«Dios olvida, pero no Los Outlanws»
Citas # El Ejército Negro, 2015. Servando Rocha